humana se descubren en el exámen de las 
cuestiones sobre la certeza. 
Al descender á las profundidades á que estas cuestiones nos conducen, 
el entendimiento se ofusca y el corazon se siente sobrecogido de un 
religioso pavor. Momentos antes contemplábamos el edificio de los 
conocimientos humanos, y nos llenábamos de orgullo al verle con sus
dimensiones colosales, sus formas vistosas, su construccion galana y 
atrevida; hemos penetrado en él, se nos conduce por hondas cavidades, 
y como si nos halláramos sometidos á la influencia de un encanto, 
parece que los cimientos se adelgazan, se evaporan, y que el soberbio 
edificio queda flotando en el aire. 
[4.] Bien se echa de ver que al entrar en el exámen de la cuestion sobre 
la certeza no desconozco las dificultades de que está erizada; ocultarlas 
no seria resolverlas; por el contrario, la primera condicion para hallarles 
solucion cumplida, es verlas con toda claridad, sentirlas con viveza. 
Que no se apoca el humano entendimiento por descubrir el borde mas 
allá del cual no le es dado caminar; muy al contrario esto le eleva y 
fortalece: así el intrépido naturalista que en busca de un objeto ha 
penetrado en las entrañas de la tierra, siente una mezcla de terror y de 
orgullo al hallarse sepultado en lóbregos subterráneos, sin mas luz que 
la necesaria para ver sobre su cabeza inmensas moles medio desgajadas, 
y descurrir á sus plantas abismos insondables. 
En la oscuridad de los misterios de la ciencia, en la misma 
incertidumbre, en los asaltos de la duda que amenaza arrebatarnos en 
un instante la obra levantada por el espíritu humano en el espacio de 
largos siglos, hay algo de sublime que atrae y cautiva. En la 
contemplacion de esos misterios se han saboreado en todas épocas los 
hombres mas grandes: el genio que agitara sus alas sobre el Oriente, 
sobre la Grecia, sobre Roma, sobre las escuelas de los siglos medios, es 
el mismo que se cierne sobre la Europa moderna. Platon, Aristóteles, 
san Agustin, Abelardo, san Anselmo, santo Tomás de Aquino, Luis 
Vives, Bacon, Descartes, Malebranche, Leibnitz; todos, cada cual á su 
manera, se han sentido poseidos de la inspiracion filosófica, que 
inspiracion hay tambien en la filosofía, é inspiracion sublime. 
Todo lo que concentra al hombre llamándole á elevada contemplacion 
en el santuario de su alma, contribuye á engrandecerle, porque le 
despega de los objetos materiales, le recuerda su alto orígen, y le 
anuncia su inmenso destino. En un siglo de metálico y de goces, en que 
todo parece encaminarse á no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino 
en cuanto pueden servir á regalar el cuerpo, conviene que se renueven 
esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima 
libertad por espacios sin fin. 
Solo la inteligencia se examina á sí propia. La piedra cae sin conocer su
caida; el rayo calcína y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe 
de su encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus instintos, sin 
preguntarse la razon de ellos; solo el hombre, en frágil organizacion 
que aparece un momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, 
abriga un espíritu que despues de abarcar el mundo, ansía por 
comprenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro, como en un 
santuario donde él mismo es á un tiempo el oráculo y el consultor. 
Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo pienso, qué son 
esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy sujeto á ellos, 
cuál es su causa, cuál el órden de su produccion, cuáles sus relaciones; 
hé aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves, cuestiones 
espinosas, es verdad; pero nobles, sublimes, perenne testimonio de que 
hay dentro nosotros algo superior á esa materia inerte, solo capaz de 
recibir movimiento y variedad de formas, de que hay algo que con su 
actividad íntima, espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos 
ofrece la imágen de la actividad infinita que ha sacado el mundo de la 
nada con un solo acto de su voluntad[I]. 
 
#CAPÍTULO II.# 
VERDADERO ESTADO DE LA CUESTION. 
[5.] ¿Estamos ciertos de algo? á esta pregunta responde 
afirmativamente el sentido comun. ¿En qué se funda la certeza? ¿cómo 
la adquirimos? estas son dos cuestiones difíciles de resolver en el 
tribunal de la filosofía. 
La cuestion de la certeza encierra tres muy diferentes, cuya confusion 
contribuye no poco á crear dificultades y á embrollar materias que, aun 
deslindados con suma exactitud los varios aspectos que presentan, son 
siempre harto complicadas y espinosas. 
Para fijar bien las ideas conviene distinguir con mucho cuidado entre la 
existencia de la certeza, los fundamentos en que estriba, y el modo con 
que la adquirimos. Su existencia es un hecho indisputable; sus 
fundamentos son objeto de cuestiones filosóficas; el modo de adquirirla 
es en muchos casos un fenómeno oculto que no está sujeto á    
    
		
	
	
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