la 
observacion. 
[6.] Apliquemos esta distincion á la certeza sobre la existencia de los 
cuerpos. 
Que los cuerpos existen, es un hecho del cual no duda nadie que esté en
su juicio. Todas las cuestiones que se susciten sobre este punto no 
harán vacilar la profunda conviccion de que al rededor de nosotros 
existe lo que llamamos mundo corpóreo: esta conviccion es un 
fenómeno de nuestra existencia, que no acertaremos quizás á explicar, 
pero destruirle nos es imposible: estamos sometidos á él como á una 
necesidad indeclinable. 
¿En qué se funda esta certeza? Aquí ya nos hallamos no con un simple 
hecho, sino con una cuestion que cada filósofo resuelve á su manera: 
Descartes y Malebranche recurren á la veracidad de Dios; Locke y 
Condillac se atienen al desarrollo y carácter peculiar de algunas 
sensaciones. 
¿Cómo adquiere el hombre esta certeza? no lo sabe: la poseia antes de 
reflexionar; oye con extrañeza que se suscitan disputas sobre estas 
materias; y jamás hubiera podido sospechar que se buscase porque 
estamos ciertos de la existencia de lo que afecta nuestros sentidos. En 
vano se le interroga sobre el modo con que ha hecho tan preciosa 
adquision, se encuentra con ella como con un hecho apenas distinto de 
su existencia misma. Nada recuerda del órden de las sensaciones en su 
infancia; se halla con el espíritu desarrollado, pero ignora las leyes de 
este desarrollo, de la propia suerte que nada conoce de las que han 
presidido á la generacion y crecimiento de su cuerpo. 
[7.] La filosofía debe comenzar no por disputar sobre el hecho de la 
certeza sino por la explicacion del mismo. No estando ciertos de algo 
nos es absolutamente imposible dar un solo paso en ninguna ciencia, ni 
tomar una resolucion cualquiera en los negocios de la vida. Un 
escéptico completo seria un demente, y con demencia llevada al mas 
alto grado; imposible le fuera toda comunicacion con sus semejantes, 
imposible toda serie ordenada de acciones externas, ni aun de 
pensamientos ó actos de la voluntad. Consignemos pues el hecho, y no 
caigamos en la extravagancia de afirmar que en el umbral del templo de 
la filosofía está sentada la locura. 
Al examinar su objeto, debe la filosofía analizarle, mas no destruirle; 
que si esto hace se destruye á sí propia. Todo raciocinio ha de tener un 
punto de apoyo, y este punto no puede ser sino un hecho. Que sea 
interno ó externo, que sea una idea ó un objeto, el hecho ha de existir; 
es necesario comenzar por suponer algo; á este algo le llamamos hecho: 
quien los niega todos ó comienza por dudar de todos, se asemeja al
anatómico que antes de hacer la diseccion quemase el cadáver y 
aventase las cenizas. 
[8.] Entonces la filosofía, se dirá, no comienza por un exámen sino por 
una afirmacion; sí, no lo niego, y esta es una verdad tan fecunda que su 
consignacion puede cerrar la puerta á muchas cavilaciones y difundir 
abundante luz por toda la teoría de la certeza. 
Los filósofos se hacen la ilusion de que comienzan por la duda; nada 
mas falso; por lo mismo que piensan afirman, cuando no otra cosa, su 
propia duda; por lo mismo que raciocinan afirman el enlace de las ideas, 
es decir, de todo el mundo lógico. 
Fichte, por cierto nada fácil de contentar, al tratarse del punto de apoyo 
de los conocimientos humanos, empieza no obstante por una 
afirmacion, y así lo confiesa con una ingenuidad que le honra. 
Hablando de la reflexion que sirve de base á su filosofía, dice: «Las 
reglas á que esta reflexion se halla sujeta, no están todavía demostradas; 
se las supone tácitamente admitidas. En su orígen mas retirado, se 
derivan de un principio cuya legitimidad no puede ser establecida, sino 
bajo la condicion de que ellas sean justas. Hay un círculo, pero 
_círculo inevitable_. Y supuesto que es inevitable, y que lo confesamos 
francamente, es permitido, para asentar el principio mas elevado, 
_confiarse á todas las leyes de la lógica general_. En el camino donde 
vamos á entrar con la reflexion, debemos partir de una proposicion 
cualquiera que nos sea concedida por todo el mundo, sin ninguna 
contradiccion.» (Fichte, Doctrina de la ciencia, 1.ª parte, § 1). 
[9.] La certeza es para nosotros una feliz necesidad; la naturaleza nos la 
impone, y de la naturaleza no se despojan los filósofos. Vióse un dia 
Pirron acometido por un perro, y como se deja suponer, tuvo buen 
cuidado de apartarse, sin detenerse á examinar si aquello era un perro 
verdadero ó solo una apariencia; riéronse los circunstantes echándole 
en cara la incongruencia de su conducta con su doctrina, mas Pirron les 
respondió con la siguiente sentencia que para el caso era muy profunda: 
«es difícil despojarse totalmente de la naturaleza humana.» 
[10.] En buena filosofía, pues,    
    
		
	
	
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