realidad con que estén inmediatamente en contacto,
vivirán separados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de
la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la
vida.
Lo necesario de la consagración particular de cada uno de nosotros a
una actividad determinada, a un solo modo de cultura, no excluye,
ciertamente, la tendencia a realizar, por la íntima armonía del espíritu,
el destino común de los seres racionales. Esa actividad, esa cultura,
serán sólo la nota fundamental de la armonía.--El verso célebre en que
el esclavo de la escena antigua afirmó que, pues era hombre, no le era
ajeno nada de lo humano, forma parte de los gritos que, por su sentido
inagotable, resonarán eternamente en la conciencia de la humanidad.
Nuestra capacidad de comprender, sólo debe tener por límite la
imposibilidad de comprender a los espíritus estrechos. Ser incapaz de
ver de la Naturaleza más que una faz; de las ideas e intereses humanos
más que uno solo, equivale a vivir envuelto en una sombra de sueño
horadada por un solo rayo de luz. La intolerancia, el exclusivismo, que
cuando nacen de la tiránica absorción de un alto entusiasmo, del
desborde de un desinteresado propósito ideal, pueden merecer
justificación y aun simpatía, se convierten en la más abominable de las
inferioridades cuando, en el círculo de la vida vulgar, manifiestan la
limitación de un cerebro incapacitado para reflejar más que una parcial
apariencia de las cosas.
Por desdicha, es en los tiempos y las civilizaciones que han alcanzado
una completa y refinada cultura donde el peligro de esa limitación de
los espíritus tiene una importancia más real y conduce a resultados más
temibles. Quiere, en efecto, la ley de evolución, manifestándose en la
sociedad como en la Naturaleza por una creciente tendencia a la
heterogeneidad, que, a medida que la cultura general de las sociedades
avanza, se limite correlativamente la extensión de las aptitudes
individuales y haya de ceñirse el campo de acción de cada uno a una
especialidad más restringida. Sin dejar de constituir una condición
necesaria de progreso, ese desenvolvimiento del espíritu de
especialización trae consigo desventajas visibles, que no se limitan a
estrechar el horizonte de cada inteligencia, falseando necesariamente su
concepto del mundo, sino que alcanzan y perjudican, por la dispersión
de las afecciones y los hábitos individuales, al sentimiento de la
solidaridad.--Augusto Comte ha señalado bien este peligro de las
civilizaciones avanzadas. Un alto estado de perfeccionamiento social
tiene para él un grave inconveniente en la facilidad con que suscita la
aparición de espíritus deformados y estrechos; de espíritus «muy
capaces bajo un aspecto único y monstruosamente inepto bajo todos los
otros». El empequeñecimiento de un cerebro humano por el comercio
continuo de un solo género de ideas, por el ejercicio indefinido de un
solo modo de actividad, es para Comte un resultado comparable a la
mísera suerte del obrero a quien la división del trabajo de taller obliga a
consumir en la invariable operación de un detalle mecánico todas las
energías de su vida. En uno y otro caso, el efecto moral es inspirar una
desastrosa indiferencia por el aspecto general de los intereses de la
humanidad. Y aunque esta especie de automatismo humano--agrega el
pensador positivista--no constituye felizmente sino la extrema
influencia dispersiva del principio de especialización, su realidad, ya
muy frecuente, exige que se atribuya a su apreciación una verdadera
importancia[A].
[Nota A: A. Comte: Cours de philosophie positive. Tomo IV, pág. 430,
2.ª edición.]
No menos que a la solidez, daña esa influencia dispersiva a la estética
de la estructura social.--La belleza incomparable de Atenas, lo
imperecedero del modelo legado por sus manos de diosa a la
admiración y el encanto de la humanidad, nacen de que aquella ciudad
de prodigios fundó su concepción de la vida en el concierto de todas las
facultades humanas, en la libre y acordada expansión de todas las
energías capaces de contribuir a la gloria y al poder de los hombres.
Atenas supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y de lo real, la
razón y el instinto, las fuerzas del espíritu y las del cuerpo. Cinceló las
cuatro faces del alma. Cada ateniense libre describe en derredor de sí,
para contener su acción, un círculo perfecto, en el que ningún
desordenado impulso quebrantará la graciosa proporción de la línea. Es
atleta y escultura viviente en el gimnasio, ciudadano en el Pnix,
polemista y pensador en los pórticos. Ejercita su voluntad en toda
suerte de acción viril y su pensamiento en toda preocupación fecunda.
Por eso afirma Macaulay que un día de la vida pública del Ática es más
brillante programa de enseñanza que los que hoy calculamos para
nuestros modernos centros de instrucción.--Y de aquel libre y único
florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza, surgió el milagro
griego--,

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