formadas en 
el segundo siglo de nuestra era, el origen de la palabra Manila: sea de 
esto lo que quiera, es lo cierto que en la llamada hoy Isla de Luzón, y 
en su extremo Sur, se encuentra la provincia de Albay. 
El nombre de Albay, es una corruptela según unos, de Ibat, régulo que 
imperaba á la llegada de los españoles en dicha parte de tierra, y según 
otros se la hace derivar de Ibalón, voz que procede del término local 
ivald, que quiere significar toda cosa que está al otro lado de algún río ó 
brazo de mar. 
Con el nombre de Ibalón se conocía de antiguo la provincia de Albay, 
tomado sin duda de su primitiva cabecera así llamada, situada en 
Gaditaan--hoy visita de Magallanes;--este barrio lo separa un brazo de 
mar de sus vecinas islas de San Diego, Tinacos y Bagatao, como 
asimismo se interpone entre aquel y las islas de Ticao y Samar, el 
estrecho de San Bernardino; separándole por último la bocana de la 
bahía de Larsogon de Tumalaytay y Macalaya, donde estuvo también 
algún tiempo la capital de la provincia, siéndolo hoy el pueblo de 
Albay que le da nombre.
La palabra albay, es corrupción de albay-bay; al preposición castellana, 
y bay-bay palabra bicol que significa playa; de modo, que unida la 
palabra española á la bicol, resulta albay-bay, ó sea á la playa. Sabido 
es que antiguamente se vivía por lo general tierra adentro para evitar las 
sorpresas de los desembarcos moros ó de los mismos barangayanes 
enemigos, y acaso entre aquellos habitantes habría algún europeo que al 
mandarlos á la playa, construiría la palabra albay-bay. El abuso que 
hace el indio del apócope, justifica que la palabra albay-bay quedase 
reducida á la de Albay. El primitivo pueblo fué el conocido hoy por el 
de Legaspi, y al cual muchos naturales le siguen llamando 
Vanuangdaan, ó sea Albay viejo. 
El lugar que ocupa en la actualidad la cabecera, se denominaba tay-tay 
que significa fila ó hilera. 
Albay, ó sea la capital de la provincia de la que toma el nombre, se 
encuentra situado entre los pueblos de Daraga y Legaspi, distando de 
este último, y por consiguiente de la mar, 3 km. escasos. El aspecto del 
pueblo no demuestra ser la cabecera de una de las provincias más ricas 
del archipiélago filipino. La Casa Real, residencia del Gobernador, es 
una destartalada vivienda de construcción mixta, predominando en ella 
la tabla y la nipa. La Administración de Hacienda tiene techo de hierro, 
y el Tribunal, pobrísimo edificio, es al par que casa municipal cárcel de 
partido. Esta cárcel dividida en dos reducidas cuadras, ocupa los bajos 
del Tribunal y alberga no solo los presos preventivos, si que también 
los que procedentes de causas sustanciadas en aquel juzgado, fueron 
condenados á menos de dos años de prisión. La provincia que nos 
ocupa tiene una gran masa de población, y aunque su criminalidad no 
es mucha, siempre hay que contar entre los detenidos por el Gobierno, 
juzgado y administración, y los que extinguen condena, con unos 150 á 
200 individuos por término medio, amontonados en los sucios sótanos 
de aquella cárcel. Es de advertir que Albay es una de las provincias que 
más rendimiento llevan á las cajas locales, siendo la última que dejó de 
pagar la contribución llamada tanorias, importante unos 25.000 duros. 
Estos ingresos, visto el desamparo y la carencia absoluta de edificios 
públicos, prueba no se les da su verdadero destino; cierto es que á 
saliente de la plaza del pueblo se alzan los muros de una soberbia cárcel,
pero ciertísimo es también que ya se han agotado no sabemos cuántos 
presupuestos, y que los muros siguen poco menos que en cimientos, 
que las maderas acopiadas se pudren y que los hierros y sillares 
desaparecen. Y al hablar de la cárcel no podemos pasar en silencio un 
hecho que se verifica, no solamente en la de Albay, si que también en 
la mayoría de las de Filipinas. Un Gobernador general práctico y 
conocedor de las necesidades del indio, consiguió del Gobierno 
supremo un Real decreto por el que se le autorizaba á dar permisos á 
los jefes de provincias, para que á los presos preventivos no solamente 
se les dejara salir de las cárceles, con la competente custodia, á bañarse, 
lavar la ropa y hacer aguada, si que también á ocuparlos en trabajos 
moderados que revistieran caracteres puramente higiénicos. Esta 
concesión como se ve, teniendo en cuenta la estrechez, malas 
condiciones de las cárceles y fuertes temperaturas de aquellos climas, 
era benéfica y humanitaria: pero en efecto, el tiempo y las 
circunstancias han convertido el principio humanitario en 
inhumanitario y cruel, y el trabajo regenerador, higiénico y voluntario 
del preso preventivo, en el infamante, durísimo y forzoso del 
condenado. Se dirá, ¿y el indio    
    
		
	
	
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