[4], que salvó la vida, abandonando sus ricos almacenes, 
y mas de 25,000 pesos que tenia acopiados en las arcas del fisco. 
[Nota 4: Escriben comunmente Quispicanchi, que nada significa. El 
otro nombre se compone de quespi, que en el idioma _aymará_ 
corresponde "á cosa que brilla", como cristal, piedra preciosa, &c., y de 
cancha, "corral."] 
Estos despojos, repartidos generosamente entre las tropas, dilataron la 
esfera de accion de estos tumultos. Los funcionarios públicos, 
siguiendo el ejemplo de los corregidores, que eran el blanco principal 
de la animadversion de los pueblos, desamparaban sus puestos, y 
dejaban libre el campo á los amotinados. Sus filas, que se engrosaban 
diariamente, presentaron pronto una masa imponente para emprender 
mayores hazañas. Al sentimiento de venganza, que brotaba 
expontaneamente de todos los corazones, quiso Tupac-Amaru 
hermanar otro que lo afirmase y ennobleciese. Dos siglos y medio, 
pasados en la servidumbre, no habian podido borrar de la memoria de 
los indígenas los recuerdos del gobierno paternal de los Incas: grabados 
en las ruinas del Cuzco, donde moraban sus dioses, y descansaban sus 
héroes, hacian de esta ciudad el objeto de una supersticiosa veneracion; 
y aquí fué donde se dirigió Tupac-Amaru para inflamar el ardor de sus 
soldados. Trabado en su marcha por una fuerza de milicianos que se 
habia organizado de Sangarara, los atacó, y obligó á asilarse del templo, 
donde se defendieron hasta sepultarse bajo los escombros del edificio, 
que se desplomó sobre sus cabezas. 
Esta ventaja, poco considerable en sí misma, dió alas á la anarquia, que 
se propagó hasta la provincia de Chichas. El foco principal de esta 
nueva insurreccion era Chayanta, donde dominaban los Catari, hombres 
populares y atrevidos, que estaban quejosos por la indiferencia con que 
el virey Vertiz y la Audiencia de Charcas habian oido sus reclamos 
contra la escandalosa administracion de Alós, corregidor de aquel 
partido entonces, y promovido despues al gobierno del Paraguay.
Tomas, el mayor de sus hermanos, desairado por el Virey, cuya justicia 
habia venido á implorar personalmente á Buenos Aires, regresó á su 
provincia, esparciendo la voz de haber conseguido mas de lo que habia 
solicitado: y este ardid sublevó contra Alós á todos los indios, que se 
resistian á pagar los tributos y á admitir sus repartos. 
El corregidor se vengó por una perfidia, que hizo mas arriesgada su 
posicion. Imputó á Catari la muerte de un recaudador de rentas, y le 
envió preso á la Audiencia de Charcas. Desde este momento la sangre 
corrió á torrentes, y la pluma del historiador se retrae de trazar el 
cuadro espantoso de tantos excesos. En Oruro, en Sicasica, en Arques, 
en Hayopaya, fueron innumerables las víctimas. En la iglesia de 
Caracoto la sangre de los españoles llegó á cubrir los tobillos de los 
asesinos. En Tapacari, pequeño pueblo de la provincia de Cochabamba, 
se quiso obligar á un padre á desgarrar el corazon de sus hijos á la vista 
de la madre: y la repulsa á tan inicuo mandato, fué la señal de su comun 
exterminio. Nada fué respetado: ni la edad, ni el sexo, ni las súplicas, ni 
los lamentos libraban de la muerte, y una parte de la poblacion 
sucumbia al furor de la otra. 
Entretanto los Vireyes de Buenos Aires y de Lima trabajaban de 
consuno para sofocar la insurreccion del Perú. Varias tentativas de los 
rebeldes se habian malogrado por la impericia de los gefes en quienes 
Tupac-Amaru habia depositado su confianza. Su muger le habia 
obligado á volver á Tungasuco, para calmar los terrores que le habia 
causado la noticia de la salida de la tropas de Lima. ¡Triste y singular 
presentimiento! Con el Mariscal Valle, que mandaba esta expedicion, 
venia el Visitador Areche--ese hombre feroz, que, conculcando los 
derechos de la humanidad, y ultrajando al siglo en que vivia, debia 
renovar las escenas de los tiempos bárbaros, en la época en que aun 
vivian Becaria y Filangeri! La ausencia de Tupac-Amaru, aunque 
momentanea, fué señalada por grandes reveses. Sus tropas, que no 
habian podido penetrar al Cuzco, fueron rechazadas de Puno y de 
Paucartambo. Estos contrastes, y la expedicion de Lima que se 
avanzaba á marchas redobladas, le hicieron advertir todo el peligro de 
la inaccion en que estaba, y de la que le importaba salir cuanto antes. 
Su reaparicion excitó el mas vivo entusiasmo, y las poblaciones se 
agolpaban en el tránsito para aclamarle. Esta vez ciñió las infulas, 
_(llantu)_ que, segun Garcilaso, eran las insignias de la dignidad real
entre los Incas. Inexperto en el arte de mandar los ejércitos, se enredó 
nuevamente en el sitio del Cuzco, del que tuvo que desistir segunda vez, 
no por la resistencia que le oponia la ciudad, sino por el miedo de ser 
atacado por la fuerza de Valle. En este estado no le quedaba mas 
alternativa que salir al encuentro de la    
    
		
	
	
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