en nuestro romance 
durante los tres siglos y pico de dominación hispánica. W.E. Retana[1] 
nota tres hasta 1896: Atayde, Paterno y Rizal. Hubo algunos más: Seva, 
quejumbrón cantor de Charing (que aquí diríamos Rosarito); Manolo 
Rávago, en números de pura ortodoxia; Juan Caro y Mora, Hermógenes 
Marcó, Isabelo de los Reyes, etcétera, y ciertos bardos de ocasión 
aspirantes a la láurea en los certámenes patrióticos y religiosos, 
mocerío casi siempre adoctrinado en el "Ateneo" de la Compañía. 
Hasta 1898, año límite de nuestro señorío, fué meñique la falange 
versificadora, ¿Motivos? Retana aduce dos: la censura de imprenta y el
desconocimiento del castellano literario por la mayor parte de los 
filipinos netos. Con la primera,--ejercida por funcionarios a tono con el 
ambiente, de patriotismo anquilosado, dignos de las covachuelas de 
Fernando VII,--sobra para justificar la inanidad del Arte egregio que no 
admite trabas ni menoscabos, sólo germinante en la gleba arada con 
reja de libertad y de justicia. 
[Nota 1: De la evolución de la Literatura Castellana en
Filipinas.--Los 
Poetas.--Madrid, 1909.] 
Cuanto a la propagación del castellano, prueba Retana,
documentalmente, cómo la coercieron los frailes--excepción los 
jesuítas--contrariando espíritu y letra de sucesivas reales cédulas 
metropolitanas. Cuán poco valió la treta lo demuestra no haber finado 
1898 sin que vieran la luz pública composiciones de los más altos 
metrificadores tagalos, Cecilio Apóstol, Fernando M.ª Guerrero y José 
Palma, seguramente florecidas en aquellos retirados cenáculos donde se 
hacía literatura y revolución. 
¿Están todos los que son y son todos los que están? Creemos 
sinceramente que sí. De los "inolvidables" no debe de faltar ninguno. Si 
se advierte llenura en la selección, entiéndase que el editor tiene sus 
exigencias y que este volumen ha de contar predeterminado número de 
páginas. Por añadidura, tratándose de exhumar una literatura inédita 
para muchedumbre de españoles, pide la discreción entregar al lector 
los mayores elementos de juicio en cantidad y calidad. 
Poetas se hallarán capaces de medirse con los consagrados nuestros: 
tales Guerrero y Apóstol. Rizal, Bernabé, Recto, Palma, Balmori, Pérez 
Tuells, Victoriano, Torres, Marfori, muéstranse también versificadores 
de inspiración y enjundia, sin desdeñar a los otros, ni a ninguno, como 
explícitamente demuestra la recolección de su cosecha pimplea. Pero 
no queremos trocar en índice lo que es prólogo. Además, bueno es 
dejar un margen al leyente para que, con su propia solercia, espigue en 
el FLORILEGIO lo bello y lo galano. 
La poesía filipina, por la época de su gestación, brota--¡en
castellano!--algo hostil a la Metrópoli exdominadora. No pudiéndose 
evitar el idioma, esquívanse los únicos razonables modelos, nuestros 
clásicos y nuestros modernos, yendo los bardos a beber las castalias 
aguas en los "parnasianos" y simbolistas franceses y en los modernistas 
hispano-americanos. En éstos, singularmente. El azul y los lirios y 
rosas líricos de Rubén coloran y perfuman la nueva poesía ultramarina. 
Chispea el 
"anillo de oro hecho pedazos,
que ya no es anillo, pero siempre es 
oro", 
de Santos Chocano. ¡Y cuán equivocados los neo-versificadores, si así 
creyeron librarse de hispanismo! ¡El autor de la Sonatina es poeta 
excelso porque hay muchos, muchos clásicos españoles en su 
educación literaria; y Mallarmé, por sólo citar un ejemplo, es chozno de 
Góngora!... 
Es poeta elegante y lapidario Cecilio Apóstol, en cuyos números campa 
serenidad clásica. Bebió el licor ático en búcaro francés, posibles 
divinos "alfareros" Moreas o Heredia, no nacidos en Francia. 
Otro vate plenamente logrado es Fernando María Guerrero, "príncipe 
de los líricos filipinos". En nuestra opinión desautorizada es el 
exponente etnológico, el poeta malayo por excelencia, el que más 
hondamente siente su raza. En _Ilang-ilang, El Kundiman, A Filipinas, 
Bajo las cañas_... vibra aquel alma tagala tan incomprendida, psiquis 
sin complicaciones ni morbosidades, primitiva, melancólica, paciente, 
siempre opresa y nostálgica de libertad, nervea y con arrestos en las 
ocasiones altas. 
Trasciende en Bernabé, con muy gallardas estrofas en su obra, la 
preparación latina e hispano-clásica. También en Pacífico Victoriano y 
en Ramón J. Torres, poetas vigorosos. 
Recto--discípulo de Guerrero como Marfori--luce amplio léxico, rico 
de color. Es lírico verdadero. ¡Si no se repitiera! 
Palma, de estro enfermizo, fué delicado, noble y correcto.
Balmori es desigual. Tiene temperamento. Sabe decir muy 
bellamente..., cuando quiere. 
Pérez Tuells ha de cuajarse. Ya da mucho. Más promete. 
En la lira femenina el cordaje más melodioso pertenece a Adelina 
Gurrea, toda sentimiento y emoción. 
Y asombrárase el leyente de que no haya aparecido todavía el nombre 
del doctor Rizal, cuya soberana poesía _Ultimo Adiós_ ha recorrido el 
orbe. Sí, Rizal fué poeta; pero secundariamente. Su rasgo
característico, bastante a obscurecer otras modalidades de su 
mentalidad, fué el de revolucionario: dentro de este amplio círculo 
están insertos el científico, el literato y el políglota. Cultivó todas las 
artes bellas, pero siempre disfrazada de musa la obsesión de manumitir 
y dignificar a su patria. Como poeta, le superan Guerrero y Apóstol. 
En toda esa labor apolinea, aun sin cumplir--prescindiendo de los    
    
		
	
	
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