huertas, hortaliza; las 
fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra las peñas, 
aire fresco las quiebras, y casas las cuevas. Para nosotros las 
inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, 
músicas los truenos y hachas los relámpagos; para nosotros son los 
duros terreros colchones de blandas plumas; el cuero curtido de 
nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a 
nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la 
contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le 
menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros. Del sí al 
no no hacemos diferencia cuando nos conviene: siempre nos preciamos 
más de mártires que de confesores; para nosotros se crían las bestias de 
carga en los campos y se cortan las faldriqueras en las ciudades. No hay 
águila, ni ninguna otra ave de rapiña que más presto se abalance a la 
presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones 
que algún interés nos señalen; y, finalmente, tenemos muchas 
habilidades que felice fin nos prometen; porque en la cárcel cantamos, 
en el potro callamos, de día trabajamos, y de noche hurtamos, o, por 
mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar dónde pone 
su hacienda. No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la 
ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar 
memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores. Por 
dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y 
movibles ranchos; por cuadros y países de Flandes, los que nos da la 
naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos prados y 
espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran. Somos 
astrólogos rústicos, porque como casi siempre dormimos al cielo 
descubierto, a todas horas sabemos las que son del día y las que son de 
la noche; vemos cómo arrincona y barre la aurora las estrellas del cielo, 
y cómo ella sale con su compañera el alba, alegrando el aire, enfriando 
el agua y humedeciendo la tierra, y luego, tras ella, el sol, dorando 
cumbres (como dijo el otro poeta) _y rizando montes_; ni tememos
quedar helados por su ausencia cuando nos hiere a soslayo con sus 
rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos particularmente nos toca; 
un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la esterilidad que a la 
abundancia. En conclusión, somos gente que vivimos por nuestra 
industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refrán: "Iglesia, o 
mar, o casa real", tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con 
lo que tenemos. Todo esto os he dicho, generoso mancebo, por que no 
ignoréis la vida a que habéis venido y el trato que habéis de profesar, el 
cual os he pintado aquí en borrón; que otras muchas e infinitas cosas 
iréis descubriendo en él con el tiempo, no menos dignas de 
consideración que las que habéis oído. 
Calló en diciendo esto el elocuente y viejo gitano, y el novicio dijo que 
se holgaba mucho de haber sabido tan loables estatutos, y que él 
pensaba hacer profesión en aquella orden tan puesta en razón y en 
políticos fundamentos, y que sólo le pesaba no haber venido más presto 
en conocimiento de tan alegre vida, y que desde aquel punto renunciaba 
la profesión de caballero y la vanagloria de su ilustre linaje, y lo ponía 
todo debajo del yugo, o, por mejor decir, debajo de las leyes con que 
ellos vivían, pues con tan alta recompensa le satisfacían el deseo de 
servirlos, entregándole a la divina Preciosa, por quien él dejaría coronas 
e imperios y sólo los desearía para servirla. 
A lo cual respondió Preciosa: 
--Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que 
soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley 
de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no 
es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos 
concertamos. Dos años has de vivir en nuestra compañía primero que 
de la mía goces, porque tú no te arrepientas por ligero, ni yo quede 
engañada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que te he 
puesto sabes: si las quisieres guardar, podrá ser que sea tuya y tú seas 
mío, y donde no, aún no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y 
de tus dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido 
aún de un día; que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que 
consideres lo que más te conviene. Estos señores #_no_# pueden 
entregarte mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto 
que yo    
    
		
	
	
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