y 
traiga con bien, como vuestra buena presencia merece. 
Con estas últimas palabras quedó contento Andrés, y las gitanas se 
fueron contentísimas. Trocaron el doblón, repartiéronle entre todas 
igualmente, aunque la vieja guardiana llevaba siempre parte y media de 
lo que se juntaba, así por la mayoridad, como por ser ella el aguja por 
quien se guiaban en el maremagno de sus bailes, donaires, y aun de sus 
embustes. 
Llegóse, en fin, el día que Andrés Caballero se apareció una mañana en 
el primer lugar de su aparecimiento, sobre una mula de alquiler, sin 
criado alguno; halló en él a Preciosa y a su abuela, de las cuales 
conocido, le recibieron con mucho gusto. El les dijo que le guiasen al 
rancho antes que entrase el día y con él se descubriesen las señas que 
llevaba, si acaso le buscasen. Ellas, que, como advertidas, vinieron 
solas, dieron la vuelta, y de allí a poco rato llegaron a sus barracas. 
Entró Andrés en la una, que era la mayor del rancho, y luego acudieron 
a verle diez o doce gitanos, todos mozos y todos gallardos y bien 
hechos, a quien ya la vieja había dado cuenta del nuevo compañero que 
les había de venir, sin tener necesidad de encomendarles el secreto; que 
ellos le guardan con sagacidad y puntualidad nunca vista. Echaron 
luego ojo a la mula, y dijo uno dellos: 
--Esta se podrá vender el jueves en Toledo. 
--Eso no--dijo Andrés--, porque no hay mula de alquiler que no sea 
conocida de todos los mozos de mulas que trajinan por España. 
--¡Par Dios, señor Andrés!--dijo uno de los gitanos---, que aunque la 
mula tuviera más señales que las que han de preceder al día tremendo, 
aquí la transformáramos de manera que no la conociera ni el dueño que 
la ha criado.
--Con todo eso--respondió Andrés--, por esta vez se ha de seguir y 
tomar el parecer mío. A esta mula se ha de dar muerte, y ha de ser 
enterrado donde aun los huesos no parezcan. 
--¡Pecado grande!--dijo otro gitano--: ¿a una inocente se ha de quitar la 
vida? No diga tal el buen Andrés, sino haga una cosa: mírela bien agora 
de manera que se le queden estampadas todas sus señales en la 
memoria, y déjenmela llevar a mí; y si de aquí a dos horas la conociere, 
que me lardeen como a un negro fugitivo. 
--En ninguna manera consentiré--dijo Andrés--que la mula no muera, 
aunque más me aseguren su transformación: yo temo ser descubierto si 
a ella no la cubre la tierra. Y si se hace por el provecho que de venderla 
puede seguirse, no vengo tan desnudo a esta cofradía, que no pueda 
pagar de entrada más de lo que valen cuatro mulas. 
--Pues así lo quiere el señor Andrés Caballero--dijo otro gitano--, 
muera la sin culpa, y Dios sabe si me pesa, así por su mocedad, pues 
aún no ha cerrado (cosa no usada entre mulas de alquiler), como porque 
debe ser andariega, pues no tiene costras en las ijadas, ni llagas, de la 
espuela. 
Dilatóse su muerte hasta la noche, y en lo que quedaba de aquel día se 
hicieron las ceremonias de la entrada de Andrés a ser gitano, que fueron: 
desembarazaron luego un rancho de los mejores del aduar, y 
adornáronle de ramos y juncia; y sentándose Andrés sobre un medio 
alcornoque, pusiéronle en las manos un martillo y unas tenazas, y al 
son de dos guitarras que dos gitanos tañían, le hicieron dar dos 
cabriolas; luego le desnudaron un brazo, y con una cinta de seda nueva 
y un garrote le dieron dos vueltas blandamente. A todo se halló 
presente Preciosa, y otras muchas gitanas, viejas y mozas, que las unas 
con maravilla, otras con amor, le miraban: tal era la gallarda 
disposición de Andrés, que hasta los gitanos le quedaron 
aficionadísimos. 
Hechas, pues, las referidas ceremonias, un gitano viejo tomó por la 
mano a Preciosa, y puesto delante de Andrés, dijo: 
--Esta muchacha, que es la flor y la nata de toda la hermosura de las 
gitanas que sabemos que viven en España, te la entregamos por esposa, 
porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a melindres ni a 
muchas ceremonias. Mírala bien, y mira si te agrada, o si vees en ella 
alguna cosa que te descontente, y si la vees, escoge entre las doncellas
que aquí están la que más te contentare; que la que escogieres te 
daremos; pero has de saber que una vez escogida, no la has de dejar por 
otra. Con #_nuestras_# leyes y estatutos nos conservamos y vivimos 
alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, 
de los montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña 
de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las    
    
		
	
	
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