San Andrés bendito me casé con mi Roque, que está en gloria, de la consecuencia de una caída del andamio. Esta dice que tiene el marido en Celiplinas, y será que desde allá le hace los chiquillos... por carta... ?Ay, qué mundo! Te digo que sin criaturas no se saca nada: los se?ores no miran a la dinidá de una, sino a si da el pecho o no da el pecho. Les da lástima de las criaturas, sin reparar en que más honrás somos las que no las tenemos, las que estamos en la senetú, hartas de trabajos y sin poder valernos. Pero vete tú ahora a golver del revés el mundo, y a gobernar la compasión de los se?ores. Por eso se dice que todo anda trastornado y al revés, hasta los cielos benditos, y lleva razón Pulido cuando habla de la rigolución mu gorda, mu gorda, que ha de venir para meter en cintura a ricos miserables y a pobres ensalzaos?.
Concluía la charlatana vieja su perorata, cuando ocurrió un suceso tan extra?o, fenomenal e inaudito, que no podría ser comparado sino a la súbita caída de un rayo en medio de la comunidad mendicante, o a la explosión de una bomba: tales fueron el estupor y azoramiento que en toda la caterva mísera produjo. Los más antiguos no recordaban nada semejante; los nuevos no sabían lo que les pasaba. Quedáronse todos mudos, perplejos, espantados. ?Y qué fue, en suma? Pues nada: que Don Carlos Moreno Trujillo, que toda la vida, desde que el mundo era mundo, salía infaliblemente por la puerta de la calle de Atocha... no alteró aquel día su inveterada costumbre; pero a los pocos pasos volvió adentro, para salir por la calle de las Huertas, hecho singularísimo, absurdo, equivalente a un retroceso del sol en su carrera.
Pero no fue principal causa de la sorpresa y confusión la desusada salida por aquella parte, sino que D. Carlos se paró en medio de los pobres (que se agruparon en torno a él, creyendo que les iba a repartir otra perra por barba), les miró como pasándoles revista, y dijo: ?Eh, se?oras ancianas, ?quién de vosotras es la que llaman la se?á Benina??.
--Yo, se?or, yo soy--dijo la que así se llamaba, adelantándose temerosa de que alguna de sus compa?eras le quitase el nombre y el estado civil.
--Esa es--a?adió la Casiana con sequedad oficiosa, como si creyese que hacía falta su exequatur de caporala para conocimiento o certificación de la personalidad de sus inferiores.
--Pues, se?á Benina--agregó D. Carlos embozándose hasta los ojos para afrontar el frío de la calle--, ma?ana, a las ocho y media, se pasa usted por casa; tenemos que hablar. ?Sabe usted dónde vivo?
--Yo la acompa?aré--dijo Eliseo echándosela de servicial y diligente en obsequio del se?or y de la mendiga.
--Bueno. La espero a usted, se?á Benina.
--Descuide el se?or.
--A las ocho y media en punto. Fíjese bien--a?adió D. Carlos a gritos, que resultaron apagados porque le tapaban la boca las felpas húmedas del embozo raído--. Si va usted antes, tendrá que esperarse, y si va después, no me encuentra... Ea, con Dios. Ma?ana es 25: me toca en Montserrat, y después, al cementerio. Con que...
IV
?María Santísima, San José bendito, qué comentarios, qué febril curiosidad, qué ansia de investigar y sorprender los propósitos del buen D. Carlos! En los primeros momentos, la misma intensidad de la sorpresa privó a todos de la palabra. Por los rincones del cerebro de cada cual andaba la procesión... dudas, temores, envidia, curiosidad ardiente. La se?á Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso hurgoneo, se despidió afectuosamente, como siempre lo hacía, y se fue. Siguiola, con minutos de diferencia, el ciego Almudena. Entre los restantes empezaron a saltar, como chispas, las frasecillas primeras de su sorpresa y confusión: ?Ya lo sabremos ma?ana... Será por desempe?arla... Tiene más de cuarenta papeletas.
--Aquí todas nacen de pie--dijo la Burlada a Crescencia--, menos nosotras, que hemos caído en el mundo como talegos?.
Y la Casiana, afilando más su cara caballuna, hasta darle proporciones monstruosas, dijo con acento de compasión lúgubre: ??Pobre Don Carlos! Está más loco que una cabra?.
A la ma?ana siguiente, aprovechando la comunidad el hecho feliz de no haber ido a la parroquia ni la se?á Benina ni el ciego Almudena, menudearon los comentarios del extra?o suceso. La Demetria expuso tímidamente la opinión de que D. Carlos quería llevar a la Benina a su servicio, pues gozaba ésta fama de gran cocinera, a lo que agregó Eliseo que, en efecto, la tal había sido maestra de cocina; pero no la querían en ninguna parte por vieja.
?Y por sisona--afirmó la Casiana, recalcando con sa?a el término--. Habéis de saber que ha sido una sisona tremenda, y por ese vicio se ve ahora como se ve, teniendo que pedir para una rosca. De todas las casas en

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