abarcar el conjunto y hacer la designación de parejas con la mayor
estrictez, y mientras se acordaban las guitarras, empezó a estudiar la
concurrencia para--con conocimiento de causa--poder hacer
combinaciones que pudiesen satisfacer las aspiraciones de todos:
enamorados-bailantes y bailantes solamente.
¡Cómo latía el corazón, en la esperanza de que fuera la moza de su
simpatía la que le tocara a uno en aquel reparto de beldades, que
duraría lo que durase la pieza!
¿Conmover al bastonero con una súplica? ¡Pero si eso era un sueño
irrealizable!
Un criollo bastonero era inconmovible, y, sobre todo, tenía demasiada
admiración por las elevadas funciones que desempeñaba para entrar en
familiaridades con nadie.
¡Baste decir que ni a sus sobrinos tuteaba en esos momentos, por no
rebajar su autoridad!
Organizadas las parejas, sonaron las guitarras, y se dejaron oír los
acordes de una polka en que trinaban las primas[24] y las segundas[25],
y no tanto destinada a ser bailada cuanto a demostrar la habilidad de los
ejecutantes: era como un punto de atención echado por el viejo
guitarrero.
Los mocetones más empilchados y ladinos fueron los que debutaron.
Metidos en sus grandes botas de charol, con el taco como aguja y con
todo el frente bordado, daban vueltas pretenciosas de elegantes,
pareciendo muñecos movidos por un mismo resorte, tal era la precisión
con que seguían el compás que el máistro marcaba con la cabeza.
El bastonero--para satisfacción de las mamás, que se le dormían[26] a
los pasteles y al mate, agrupadas alrededor de los guitarreros--circulaba
entre las parejas, diciendo cuchufletas[27] y haciendo con su frase
sacramental--¡que se vea luz, caballeros!--que las aproximaciones no
fueran más allá de lo lícito y honesto.
Concluida la polka, las parejas se deshicieron: las mozas, después de
sacudirse las polleras para quitarles la tierra, tomaron asiento y
comenzaron a torcer sus pañuelos, a sacarse mentiras o a alisarse el
jopo, para dar ocupación a las manos, que ociosas les incomodaban,
mientras los mozos volvían sonrientes a nuestras filas, de donde el
bastonero los sacaba de uno a uno, para hacerles probar de cierta caña
con cáscara de naranja, que tenía reservada para los preferidos.
Volvieron a sonar las guitarras, haciéndose oír un rasgueo, alegre y
armonioso; era un gato que se bailaba solo de puro sentido y bien
tocado.
Dos parejas salieron al medio de la rueda. La segunda, que era
puramente decorativa, pasaba desapercibida: la primera era formada
por un mocetón de color bronceado--vistiendo amplio chiripá de grano
de oro, caído hasta el taco de la charolada bota de campana, camiseta
de merino negro tableada, pañuelo volador de seda punzó, sombrero
chambergo de felpa con un barbijo lleno de borlas que le castigaban la
nariz y la barba--y por una moza, no mal parecida, que lucía entre el
cabello negro, lustroso, un ramo de fragantes claveles rojos y que
indudablemente era la consentida del mocetón.
Debutó él con un saludo y luego con un zapateado en que lucía todas
las gracias de sus pies adiestrados, siguiendo al mismo tiempo el
compás, mientras el guitarrero se desgañitaba, gritando con voz
gangosa: "¡salta la perdiz madre!" y ella, la consentida, se hacía la que
huía de los ataques del animalito que era empecinado y la seguía,
haciendo resonar el suelo con el acompasado golpeteo de sus pies.
Iba a terminar la pieza, cuando de allá de la última fila de mirones y
gauchos pobres salió una voz que dijo ¡barato![28], mientras avanzaba
a reemplazar al mocetón--que parecía ceder su puesto de mala
gana--otro, que era su rival y que, aunque más despilchado, tenía la
habilidad de cantar y no dejaba de ser famoso en el pago.
Su aparición fue aplaudida, y la muchacha, encendida, se remilgó y
trató de lucir toda su gracia al que le daba tal prueba de distinción.
Cuando llegó el momento del canto, moduló con voz llena de dulzura,
aunque emitida por la nariz, unas coplas llenas de sentimiento en que
había una que envolvía todo un piropo, que venía como de molde:
¡Las muchachas bonitas Son perseguidas Como la azucarera Por las
hormigas!
Y remató su canto con un escobilleo que arrancó voces de admiración:
los pies se movían con tal presteza, mientras el tronco permanecía recto,
que era imposible seguirlos con la vista.
La muchacha volvió a su asiento, y el mocetón quedó gozando de su
triunfo, orgulloso y satisfecho.
La caña hizo su aparición, llevando la alegría a todos los corazones, y
los guitarreros, después de tocar un triste, en que palpitaban todos los
anhelos de un alma enamorada, comenzaron a puntear un pericón con
todas las reglas del arte.
Salieron las parejas al centro, elegidas con cuidado por el bastonero,
entre los mozos y mozas de más fama.
Hicieron la demanda, algo como la primera figura de la cuadrilla--con
mucho garbo y donaire, rivalizando

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