pareció confundir a Mathys, porque balbuceó una respuesta confusa. Esta vacilación hizo que Marta se estremeciera de esperanza y alegría; pero, sin embargo, prosiguió con fingida tristeza:
--?La causa de vuestra influencia sobre la condesa no será acaso de tal naturaleza que no pueda conocerla la mujer a quien habéis ofrecido vuestra mano, y no podría suceder que si yo la descubriese me viera en el caso de rechazar vuestras proposiciones? Disculpad que os hable así, porque me veo obligada, a pesar mío, a sospechar de vuestra sinceridad.
--Nada de eso, querida Marta, estáis equivocada. El asunto de que habláis no puede tener influencia sobre nuestro afecto recíproco ni afectar en nada mi lealtad.
--?Por qué ese interés en ocultarme esa razón con tanto empe?o?
--Hay cosas que no pueden decirse--murmuró Mathys--, sobre todo cuando carecen de interés para aquella que... que desea conocerlas.
--?Entonces es un secreto?--exclamó el aya--. Un secreto entre vos y yo... ya.
--Pues bien, sí, es un secreto--respondió Mathys--. Mi honor, y, por consiguiente el vuestro, Marta, puede depender de la menor indiscreción a ese respecto.
--?Oh! tranquilizadme, se?or, disipad esta duda de mi espíritu, acordadme esa prueba de vuestro amor.
--No, Marta, sólo mi mujer puede tener el mismo interés que yo en guardar este secreto.
La viuda juntó ambas manos y suspiró acariciándolo con la mirada, y palpitando de emoción:
--?Mathys, Mathys, os lo ruego, os lo suplico!
--El día de nuestro casamiento conoceréis el secreto, antes no. Tengo que permanecer inflexible por grande que sea la emoción que experimento bajo vuestra mirada... Pero, ?qué es lo que oigo? Esa voz que se oye abajo... ?Es la condesa! Se ha vuelto a toda prisa, furiosa sin duda de que la haya enga?ado. Tengo que irme, Marta. Cuando esta causa de mal humor haya pasado, le anunciaré nuestro casamiento. Estáis de nuevo temblando, calmaos. Si la se?ora llega a venir y os interroga decidle que os he reprendido. Eso la alegrará. ?Adiós! La condesa anda gritando como una loca; me busca. Más tarde hablaremos de los medios de apresurar nuestro casamiento.
Marta lo siguió y acompa?ó hasta la puerta; pero, habiendo pasado un brusco capricho por el espíritu del intendente, se volvió y tomó a Marta en los brazos. El aya dió un salto hacia atrás dando un grito, y Mathys salió de la pieza echándose a reír.
La viuda se dejó caer en una silla y se puso a llorar de vergüenza y de dolor. De cuando en cuando alzaba los ojos al cielo. No le dejaron tiempo, sin embargo, de aliviar el corazón. La condesa entró bruscamente en el cuarto y echando a todas partes miradas furibundas, se puso a gritar:
--?Dónde está el intendente? Os pregunto, ?dónde está el intendente? ?No me oís acaso, insolente?
--Estaba aquí hace un momento, se?ora--respondió Marta.
--?A dónde ha ido?
--No lo sé, se?ora.
--?Qué significan, veamos, esas lágrimas y esa palidez?
--Me ha retado, se?ora.
--?Os ha retado! ?y por eso lloráis?--exclamó la condesa dulcificando el tono--, ?os ha maltratado acaso?
--Me ha dicho palabras que me han afectado mucho.
--Es un hombre falso y cruel, ?verdad?
--Sí, se?ora, es un hombre falso y cruel.
--?Bah! no reparéis en sus maneras brutales. Ahora lo voy a arreglar yo a ese insolente... Burlarse de mí, hacerme ir hasta la granja grande por un motivo ridículo... Vamos, Marta, consolaos, más vale que él os maltrate a que quiera enga?aros con su falsa amistad. Secad vuestras lágrimas e id a pasear al jardín.
--Se?ora--dijo el aya cuya atención se había despertado al oír estas últimas palabras--, desearía ir hasta la casa de Catalina, la mujer del guardabosque. Eso me consolaría un poco en medio de mi desgracia.
--No hay ningún inconveniente para negaros esa distracción, Marat, pero preferiría que, desde ma?ana, permanecierais más tiempo en el jardín con Elena; me desagrada el tener que llamaros como ayer casi al caer la noche. Mirad, llevad a Elena a casa del guardabosque. Catalina es una mujer prudente. Colocad a la loca en un rincón y cuando hayáis conversado con vuestra amiga, volveos al jardín; pero tened cuidado de no perder de vista a Elena ni un solo instante.
--Ni un instante, se?ora.
--?De modo que no sabéis dónde está el intendente?
--No, se?ora, se marchó corriendo en cuando sintió vuestra voz abajo.
--?Qué cobarde! se habrá ido a esconder, pero lo encontraré. Tengo que averiguar por qué se ha burlado de mí.
Dichas estas palabras, salió renegando, y se alejó rápidamente.
Esta conversación le devolvió a la viuda las fuerzas necesarias para dominar los impulsos de su corazón. ?Tenía, en efecto, un gran deseo de ver a Catalina? ?O más bien deseaba alejarse de la casa para evitar en lo posible una entrevista con el intendente? Reflexionó un instante, se secó los ojos y las mejillas y abrió la puerta del cuarto de Elena.
--Querida ni?a, guarda tu libro--le dijo--. Vamos a ir a pasear. Tu madre nos ha dado permiso para

Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.