cabeza. 
No hay poeta que, como Verlaine, esté ungido de la gracia lírica. Tiene 
una emoción única y una magia peculiar para engarzar las palabras en 
collares armoniosos, de divinos matices crepusculares. Se puede decir, 
sin hipérbole, que es un brujo de las rimas, de las inefables palabras 
musicales, donde vierte su alma mística y pagana, ferviente, pecadora, 
universal. ¡Pobre Verlaine, mendigo, borracho y solitario! ¿De qué 
sideral armonía estaba henchido tu triste corazón, que era al par una 
gusanera de pecados mortales? 
¿Qué enorme catástrofe de alma te engendró aquella gran sed, 
monstruosa y suicida? Una sirena encantadora cantaba en el fondo del 
vaso y tú no querías oír sino su voz emponzoñada de trágica Loreley. Y 
allí te esperaba la Muerte, la marioneta descarnada, todo blancura y 
piruetas, como la Colombina de tus fiestas galantes. 
Colombine rêve surprise d'écouter un coeur dans la brise et de sentir 
dans son coeur voix. 
Tú también oías voces milagrosas en tu corazón cuando cincelabas tus 
versos con la pluma menguada y con el tinterillo ruin del café bohemio.
¡Oh, pobre, maldito y solitario! A tu lado pasaba el triunfo de la ciudad 
sirena, de Lutecia, la loca, sin una sonrisa de cariño para el divino poeta, 
que, con un humorismo que hiela los huesos, llamaba al hospital su 
palacio de invierno, del tremendo invierno parisiense. Quizá el genio 
sea la compensación de la miseria y de la desgracia, 
que ser feliz y artista no lo permite Dios, 
como, con dichosa y amarga lucidez, ha escrito Manuel Machado. Ser 
un gran poeta equivale, pues, a ser un gran infortunado. Mercurio tiene 
el oro guardado en la caja de su trastienda. El amor de las mujeres 
hermosas, la admiración de la multitud es en España para esos muñecos 
emocionantes vestidos de oro que saben sonreír cuando la Muerte les 
roza los caireles. Acaso llegue la gloria para los artistas... pero después 
de muertos. Es una burla demasiado cruenta del Destino. 
¡Copa de verde y ponzoñoso licor, donde la sirena del genio supo 
cantar para Verlaine! ¡Acaso en el fondo del vaso esté el dulce talismán 
que encanta la vida! Embriagaos de amor, de virtud o de vino. Cuidad 
de estar siempre ebrios, dijo el trágico Baudelaire al sentir el enorme 
vacío de su existencia, que fué gloriosa... más tarde, cuando una vida 
negra y una muerte de perro le arrojaron a la eternidad como un 
guiñapo muy glorioso, pero muy maltrecho y muy dolorido. 
 
En Madrid se come mal 
NUESTRO amigo Zarathustra, en una de sus andanzas, se casó con una 
joven inglesa, hija de un español que tenía una librería de viejo en un 
barrio apartado de Londres. Zarathustra es literato y, en consecuencia, 
no tiene dinero. Trajo a su mujer a Madrid, la llevó a comer a los 
figones de los poetas bohemios y durmieron en las clásicas posadas de 
la Cava Baja. A los pocos días madama Zarathustra exclamó 
ingenuamente: 
--¡En Madrid se come muy mal! 
Verdaderamente es asombrosa la resistencia de los estómagos literarios.
Cada joven poeta del arroyo es un caso de supervivencia milagrosa, «a 
pesar» de los restaurantes donde ha yantado. Para entretenimiento del 
lector bien alimentado recordaré alguna de estas yácijas de la necesidad. 
El restaurante del Loro, La Precisa, La Marina, El figón de El 
Imparcial, La Montaña... Por estos desapacibles lugares hemos 
arrastrado la ilusión nuestros veinte años, hemos contemplado nuestro 
rostro, nuestra pipa y nuestras guedejas en los viejos espejos, y ante 
estas mesas--mientras nos servían el ligero condumio--hemos 
declamado nuestros primeros sonetos en obsequio de algún amigo, 
también portalira, con mucho pelo y muchos sueños bajo las haldas 
enormes de su chambergo. 
La Precisa era un figón muy interesante. Y también diremos muy 
doloroso. Tenía un comedor interior muy lóbrego donde se juntaban 
empleados de exiguas mesadas, con sus chaquets ribeteados de trencilla 
parda y los calzones en hilachas, ilustres mártires de la Administración, 
en la lamentable compañía de sus esposas y de sus criaturas--la infancia 
fea por el tatuaje de la miseria--, que palmoteaban gozosas ante los 
manteles vinosos y corcusidos, exclamando: 
--¡Qué gusto, hoy vamos a comer de fonda! 
Una tortilla costaba un real; una sardina, cinco céntimos; una ensalada, 
otros cinco; un plato de legumbres, 15...; un bifteck con patatas, dos 
reales. Cuando algún parroquiano pedía este plato inusitado, el mozo 
dudaba antes de servirlo, o murmuraba suspicaz: 
--Este pájaro «está en dinero». Debe de haber cometido alguna estafa... 
Iban algunas viejas pensionistas que «tenían crédito» en la casa, muy 
parlanchinas, que contaban antiguas grandezas de cuando vivía su 
esposo, el «brigadier», y daban saraos y «salían todos los años». Las 
viejas solitarias suelen estar un poco locas. Todo el pasado les está 
hablando constantemente y les pesa sobre sus pobres huesos 
desvencijados y sobre sus almas saturadas de las    
    
		
	
	
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