Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez

Arroz y tartana

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Title: Arroz y tartana
Author: Vicente Blasco Ib��?ez
Release Date: August 2, 2005 [EBook #16413]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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VICENTE BLASCO IBA?EZ

ARROZ Y TARTANA
PLAZA & JANES, S. A. EDITORES
/* Portada de C. SANROMA Primera edici��n: Enero, 1978 Editado por PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona) Printed in Spain-Impreso en Espa?a ISBN: 84-01-480124 GR��FICAS GUADA, S, A.-Virgen de Guadalupe, 33 Esplugas de Llobregat (Barcelona) */

I
A las tres de la tarde entr�� do?a Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al pu?o y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocet��n de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacci��n como embarazo los pesados borcegu��es, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.
El cochero, con una enorme cesta en la mano y una espuerta no menor a la espalda, ten��a la expresi��n resignada y pacienzuda de la bestia que presiente la carga. La muchacha tambi��n llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas mov��anse al comp��s de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta ��nicamente a mirar con ce?o a los transe��ntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hura?as de la se?ora al cochero o viceversa. Cuando, doblando la esquina, entraron los tres en la plaza del Mercado, do?a Manuela se detuvo como desorientada.
?Gran Dios...! ?cu��nta gente! Valencia entera estaba all��. Todos los a?os ocurr��a lo mismo en el d��a de Nochebuena. Aquel mercado extraordinario, que se prolongaba hasta bien entrada la noche, resultaba una festividad ruidosa, la explosi��n de alegr��a y bullicio de un pueblo que entre montones de alimentos y aspirando el tufillo de las mil cosas que satisfacen la voracidad humana, regocij��base al pensar en los atracones del d��a siguiente. En aquella plaza larga, ligeramente arqueada y estrecha en sus extremos, como un intestino hinchado, amonton��banse las nubes de alimentos que hab��an de desparramarse como nutritiva lluvia sobre las mesas, satisfaciendo la gigantesca gula de la Navidad, fiesta gastron��mica, que es como el est��mago del a?o.
Do?a Manuela permaneci�� inm��vil algunos minutos en la bocacalle. Parec��a mareada y confusa por el ruidoso oleaje de la multitud; pero en realidad, lo que m��s la turbaba eran los pensamientos que acud��an a su memoria. Conoc��a bien la plaza; hab��a pasado en ella una parte de su juventud, y cuando de tarde en tarde iba al Mercado por ser v��spera de festividad en que se encend��an todos los hornillos de su cocina, experimentaba la impresi��n del que tras un largo viaje por pa��ses extra?os vuelve a su verdadera patria.
?C��mo estaba grabado en su memoria el aspecto de la plaza! La ve��a cerrando los ojos y pod��a ir describi��ndola sin olvidar un solo detalle. Desde el lugar que ocupaba ve��a al frente la iglesia de los Santos Juanes, con su terraza de oxidadas barandillas, teniendo abajo, casi en los cimientos, las l��bregas y h��medas covachuelas donde los hojalateros establecen sus tiendas desde fecha remota. Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroque?os al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pir��mide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el p��jaro fabuloso, el popular _pardal��t_ con su cola de abanico.
En el lado opuesto la Lonja de la Seda, acariciada por el sol de invierno y luciendo sobre el fondo azul del cielo todas las esplendideces de su fachada ojival. La torre del reloj, cuadrada, desnuda, mon��tona, partiendo el edificio en dos cuerpos, y ��stos exhibiendo los ventanales con sus bordados p��treos; las portadas que rasgan el robusto pared��n, con sus entradas de embudo, compuestas de atrevidos arcos ojivales, entre los que corretean en interminable procesi��n grotescas figurillas de hombres y animales en todas
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