quien Solón habló en el templo
de Sais, decía al legislador ateniense, compadeciendo a los griegos por
su volubilidad bulliciosa: No sois sino unos niños. Y Michelet ha
comparado la actividad del alma helena con un festivo juego a cuyo
alrededor se agrupan y sonríen todas las naciones del mundo. Pero de
aquel divino juego de niños sobre las playas del Archipiélago y a la
sombra de los olivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofía, el
pensamiento libre, la curiosidad de la investigación, la conciencia de la
dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra
inspiración y nuestro orgullo. Absorto en su austeridad hierática, el país
del sacerdote representaba, en tanto, la senectud, que se concentra para
ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo
frívolo sueño. La gracia, la inquietud, están proscriptas de las actitudes
de su alma, como del gesto de sus imágenes la vida. Y cuando la
posteridad vuelve las miradas a él, sólo encuentra una estéril noción del
orden presidiendo al desenvolvimiento de una civilización que vivió
para tejerse un sudario y para edificar sus sepulcros: la sombra de un
compás tendiéndose sobre la esterilidad de la arena.
Las prendas del espíritu joven--el entusiasmo y la
esperanza--corresponden en las armonías de la historia, y la naturaleza
al movimiento y a la luz.--A donde quiera que volváis los ojos, las
encontraréis como el ambiente natural de todas las cosas fuertes y
hermosas. Levantadlos al ejemplo más alto:--La idea cristiana, sobre la
que aún se hace pesar la acusación de haber entristecido la tierra
proscribiendo la alegría del paganismo, es una inspiración
esencialmente juvenil mientras no se aleja de su cuna. El cristianismo
naciente es en la interpretación--que yo creo tanto más verdadera
cuanto más poética--de Renán, un cuadro de juventud inmarcesible. De
juventud del alma, o, lo que es lo mismo, de un vivo sueño de gracia,
de candor, se compone el aroma divino que flota sobre las lentas
jornadas del Maestro al través de los campos de Galilea; sobre sus
prédicas, que se desenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a
un lago celeste; en los valles abrumados de frutos; escuchadas por «las
aves del cielo» y «los lirios de los campos» con que se adornan las
parábolas; propagando la alegría del «reino de Dios» sobre una dulce
sonrisa de la Naturaleza.--De este cuadro dichoso están ausentes los
ascetas que acompañaban en la soledad las penitencias del Bautista.
Cuando Jesús habla de los que a él le siguen, los compara a los
paraninfos de un cortejo de bodas.--Y es la impresión de aquel divino
contento la que, incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente
persistir al través de la Odisea de los evangelistas; la que derrama en el
espíritu de las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa,
su ingenua alegría de vivir, y la que, al llegar a Roma con los ignorados
cristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porque
ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior--la de su
alma embalsamada por la libación del vino nuevo--a la severidad de los
estoicos y a la decrepitud de los mundanos.
Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis
dentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exenta
de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la
realidad. De la Naturaleza es la dádiva del precioso tesoro; pero es de
las ideas que él sea fecundo o se prodigue vanamente, o fraccionado y
disperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida de
las sociedades humanas como una fuerza bienhechora.--Un escritor
sagaz rastreaba ha poco en las páginas de la novela de nuestro
siglo--esa inmensa superficie especular donde se refleja toda entera la
imagen de la vida en los últimos vertiginosos cien años--la psicología,
los estados de alma de la juventud, tales como ellos han sido en las
generaciones que van desde los días de René hasta los que han visto
pasar a Des Esseintes.--Su análisis comprobaba una progresiva
disminución de juventud interior y de energía en la serie de personajes
representativos que se inicia con los héroes, enfermos, pero a menudo
viriles y siempre intensos de pasión, de los románticos, y termina con
los enervados de voluntad y corazón, en quienes se reflejan tan
desconsoladoras manifestaciones del espíritu de nuestro tiempo como
la del protagonista de À rebours o la del Robert Greslou de Le
Disciple.--Pero comprobaba el análisis también un lisonjero
renacimiento de animación y de esperanza en la psicología de la
juventud de que suele hablarnos una literatura que es quizá nuncio de
transformaciones más hondas; renacimiento que personifican los héroes
nuevos de Lemaître; de Wizewa, de Rod, y cuya más cumplida
representación lo sería tal vez el David Grieve con que

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