Zalacaín El Aventurero 
 
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Title: Zalacaín El Aventurero 
Author: Pío Baroja 
Release Date: August 23, 2004 [EBook #13264] 
Language: Spanish 
Character set encoding: ISO-8859-1 
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AVENTURERO *** 
 
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[Nota del Transcriptor: Este texto digital ha conservado las irregularidades en puntuación, 
acentuación y ortografía del libro original.]
ZALACAÍN EL AVENTURERO 
PÍO BAROJA 
ZALACAÍN EL AVENTURERO 
(Historia de las buenas andanzas y fortunas de Martín Zalacaín el Aventurero) 
MADRID.--1919. 
 
PRÓLOGO 
CÓMO ERA LA VILLA DE URBIA EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XIX 
Una muralla de piedra, negruzca y alta rodea a Urbia. Esta muralla sigue a lo largo del 
camino real, limita el pueblo por el Norte y al llegar al río se tuerce, tropieza con la 
iglesia, a la que coge, dejando parte del ábside fuera de su recinto, y después escala una 
altura y envuelve la ciudad por el Sur. 
Hay todavía, en los fosos, terrenos encharcados con hierbajos y espadañas, poternas 
llenas de hierros, garitas desmochadas, escalerillas musgosas, y alrededor, en los glacis, 
altas y románticas arboledas, malezas y boscajes y verdes praderas salpicadas de 
florecillas. Cerca, en la aguda colina a cuyo pie se sienta el pueblo, un castillo sombrío se 
oculta entre gigantescos olmos. 
Desde el camino real, Urbia aparece como una agrupación de casas decrépitas, leprosas, 
inclinadas, con balcones corridos de madera y miradores que asoman por encima de la 
negra pared de piedra que las circunda. 
Tiene Urbia una barriada vieja y otra nueva. La barriada vieja, la calle, como se le llama 
por antonomasia en vascuence, está formada, principalmente, por dos callejuelas 
estrechas, sinuosas y en cuesta que se unen en la plaza. 
El pueblo viejo, desde la carretera, traza una línea quebrada de tejados torcidos y 
mugrientos, que va descendiendo desde el Castillo hasta el río. Las casas, encaramadas en 
la cintura de piedra de la ciudad, parece a primera vista que se encuentran en una 
posición estrecha é incómoda, pero no es así, sino todo lo contrario, porque, entre el pie 
de las casas y los muros fortificados, existe un gran espacio ocupado por una serie de 
magníficas huertas. Tales huertas, protegidas de los vientos fríos, son excelentes. En ellas 
se pueden cultivar plantas de zona cálida como naranjos y limoneros. 
La muralla, por la parte interior que da a las huertas, tiene un camino formado por 
grandes losas, especie de acera de un metro de ancho con su barandado de hierro. 
En los intersticios de estas losas viejas, y desgastadas por las lluvias, crecen la venenosa 
cicuta y el beleño; junto a las paredes brillan, en la primavera, las flores amarillentas del 
diente del león y del verbasco, los gladiolos de hermoso color carmesí y las digitales 
purpúreas. Otros muchos hierbajos, mezclados con ortigas y amapolas, se extienden por 
la muralla y adornan con su verdura y con sus constelaciones de flores pequeñas y 
simples las almenas, las aspilleras y los matacanes. 
Durante el invierno, en las horas de sol, algunos viejos de la vecindad, con traje de casa y 
zapatillas, pasean por la cornisa, y al llegar Marzo o Abril contemplan los progresos de 
los hermosos perales y melocotoneros de las huertas. 
Observan también, disimuladamente, por las aspilleras, si viene algún coche o carro al 
pueblo, si hay novedades en las casas de la barriada nueva, no sin cierta hostilidad, 
porque todos los habitantes del interior sienten una obscura y mal explicada antipatía por 
sus convecinos de extra-muros.
La cintura de piedra del pueblo viejo se abre en unos sitios por puertas ojivales; en otros 
se rompe irregularmente, dejando un boquete que por días se ve agrandarse. 
En algunas de las puertas, debajo, de la ojiva primitiva, se hizo posteriormente, no se 
sabe con qué objeto, un arco de medio punto. 
En las piedras de las jambas quedan empotrados hierros que sirvieron para las poternas. 
Los puentes levadizos están substituídos por montones de tierra que rellenan el foso hasta 
la necesaria altura. 
Urbia ofrece aspectos varios según el sitio de donde se le contemple; desde lejos y 
viniendo desde la carretera, sobre todo al anochecer, tiene la apariencia de un castillo 
feudal; la ciudadela sombría, envuelta entre grandes árboles, prolongada después por el 
pueblo con sus muros fortificados que chorrean agua, presentan un aspecto grave y 
guerrero; en cambio, desde el puente y un día de sol, Urbia no da ninguna impresión 
fosca, por    
    
		
	
	
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