desagüe, que se opera por una sola, que es la del 
Pasig. La aglomeración de arenas, va haciendo difícil la navegación por 
muchos sitios, y si en un plazo corto no se establecen servicios de 
dragas, la barra de Napindan opondrá un poderoso obstáculo á los más 
reducidos calados al par que las aguas irán absorbiendo territorio. La 
cordillera del Bay-bay limita uno de los horizontes de la laguna, la que 
podría unirse con el mar Pacífico, de abrirse un canal en aquella 
cordillera, única barrera que se interpone entre ambas aguas. 
Á las cuatro de la tarde, después de no pocas varadas, atracamos al 
pantalán de Santa. Cruz. 
Hechos los ofrecimientos y despedidas de ordenanza, vino un fuerte 
abrazo, dado por mi querido amigo D. Manuel Junquitu, quien me
esperaba en el desembarcadero. 
El resto de la tarde lo pasamos en visitar el pueblo, el cual me pareció 
sucio y triste. Está dividido por un río, sobre el cual se levanta un 
magnífico puente, construido en estos últimos años. La cárcel, hecha en 
pequeño bajo el modelo de la de Bilibid, de Manila; la iglesia, convento, 
y Casa Real, [3] son los únicos edificios notables que tiene Santa Cruz. 
Por la noche después de la cena, nos obsequió el bondadoso Alcalde D. 
Antonio del Rosario con una serenata que oímos desde los balcones de 
la Casa Real. 
Á las once, habiendo dejado todo dispuesto para seguir mi viaje, me 
acosté. 
Muy de madrugada fuí despertado, tomando después del indispensable 
chocolate, los duros asientos de una carromata tirada por dos pencos. 
Palo aquí y atasques allá, llegamos al cabo de hora y media á 
Magdalena, en donde mudamos de caballos, continuando hasta 
Majayjay, pueblo muy nombrado y conocido por tener en su 
jurisdicción la célebre cascada del Botocan. 
De Magdalena á Majayjay puede hacerse el camino en tiempo de secas 
en carruaje, empleando dos horas, siendo expuesta esta forma de 
locomoción cuando reinan las aguas, en cuya época, lo accidentado del 
terreno y los aguaceros torrenciales que manda el Banajao, ponen el 
camino intransitable. En dicho camino es notable un puente que se 
eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía, según 
leímos en la piedra. 
En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler, 
excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré las 
horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente 
cosmopolita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano 
con envidiable maestría las más delicadas melodías de Beethoven, y 
fotografiaba con su cáustico lápiz, ó su correcta pluma, las costumbres 
filipinas. El tiempo que le dejaba libre el cuidado de un magnífico 
cafetal, lo repartía entre el amor de su esposa, el cariño de sus hijos, el
estudio, y el preparado y conservación de sus colecciones. 
Amante, hasta el delirio, de su país, vivía feliz entre las agrestes 
fragosidades que rodean á Majayjay, las cuales le recordaban las 
pintorescas montañas de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una 
afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven. Murió 
en Hong-kong, dejando algunos trabajos inéditos, que el autor de estas 
líneas le vió escribir en una temporada que vivieron juntos. 
La tarde que llegué á Majayjay y en la que por primera vez hablé al Sr. 
Tóbler, se concertó que á la madrugada siguiente visitaríamos la 
cascada. El resto de tarde y noche hasta que nos acostamos, la 
ocupamos en recorrer y examinar el pequeño museo que constituía la 
casa del Sr. Tóbler, quien con su acostumbrada amabilidad explicaba 
objeto por objeto. Pájaros, mariposas, reptiles, herbarios y parásitas, 
había por doquier. Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y 
Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles, 
mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales, con los 
tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural, las obras del 
hombre, con las obras de Dios. 
En la época á que me refiero, concluía el Sr. Tóbler un precioso álbum 
de costumbres filipinas, que más tarde mandó litografiar á Alemania, 
formando un curiosísimo tomo, del cual conservo un ejemplar que me 
regaló. 
Ya era bien entrada la noche, cuando dejamos la conversación, yendo 
en busca del lecho, en el que no tardé en quedarme dormido al arrullo 
de un riachuelo que corre cerca de la casa. 
CHAPTER II 
CAPÍTULO II. 
Horizontes intertropicales.--Suelo y cielo de Filipinas.--Panoramas 
indescriptibles.--La cascada del Botocan.--La grandiosidad ante los 
ojos del alma.--Evocaciones y recuerdos.--Un ateo.--El camarín del 
Botocan.--Almuerzo al borde del abismo.--Chismografía al por
menor.--Cuentos y anécdotas.--Las mujeres filipinas.--Tipos y 
registros.--Opiniones.--Amor desgraciado.--Leyenda y 
autógrafo.--Camino de Tayabas.--Llegada á Lucban. 
Hay panoramas en este país imposibles de describir ni pintar. La más 
fácil pluma y el más valiente pincel vacilan en la cuartilla y en la paleta; 
ni en la primera se pueden    
    
		
	
	
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