Un viaje de novios | Page 2

Emilia Pardo Bazán
aun suple a veces al talento el esc��ndalo. Zola mismo lo dice: el n��mero de ediciones de un libro no arguye m��rito, sino ��xito.
No censuro yo la observaci��n paciente, minuciosa, exacta, que distingue a la moderna escuela francesa: desapruebo como yerros art��sticos, la elecci��n sistem��tica preferente de asuntos repugnantes o desvergonzados, la prolijidad nimia, y a veces cansada, de las descripciones, y, m��s que todo, un defecto en que no s�� si repararon los cr��ticos: la perenne solemnidad y tristeza, el ce?o siempre torvo, la carencia de notas festivas y de gracia y soltura en el estilo y en la idea. Para m�� es Zola el m��s hipocondriaco de los escritores habidos y por haber; un Her��clito que no gasta pa?uelo, un Jerem��as que as�� lamenta la p��rdida de la naci��n por el golpe de Estado, como la ruina de un almac��n de ultramarinos. Y siendo la novela, por excelencia, trasunto de la vida humana, conviene que en ella turnen, como en nuestro existir, l��grimas y risas, el fondo de la eterna tragicomedia del mundo.
Estos realistas flamantes se dejaron entre bastidores el pu?al y el veneno de la escuela rom��ntica, pero, en cambio, sacan a la escena una cara de viernes mil veces m��s indigesta.
?Oh, y cu��n sano, verdadero y hermoso es nuestro realismo nacional, tradici��n glorios��sima del arte hispano! ?Nuestro realismo, el que r��e y llora en la Celestina y el Quijote, en los cuadros de Vel��zquez y Goya, en la vena c��mico-dram��tica de Tirso y Ram��n de la Cruz! ?Realismo indirecto, inconsciente, y por eso mismo acabado y lleno de inspiraci��n; no desde?oso del idealismo, y gracias a ello, leg��tima y profundamente humano, ya que, como el hombre, re��ne en s�� materia y esp��ritu, tierra y cielo! Si considero que aun hoy, en nuestra decadencia, cuando la literatura apenas produce a los que la cultivan un mendrugo de amargo pan, cuando apenas hay p��blico que lea ni aplauda, todav��a nos adornan novelistas tales, que ni en estilo, ni en inventiva, ni acaso en perspicacia observadora van en zaga a sus compa?eros de Francia e Inglaterra (pa��ses donde el escribir buenas novelas es profesi��n, a m��s de honrosa, lucrativa), enorgull��zcome de las ricas facultades de nuestra raza, al par que me aflige el mezquino premio que logran los ingenios de Espa?a, y me abochorna la preferencia vergonzosa que tal vez concede la multitud a rapsodias y versiones p��simas de Zola, habiendo en Espa?a Gald��s, Peredas, Alarcones y otros m��s que omito por no alargar la nomenclatura.
Si a alg��n cr��tico ocurriese calificar de realista esta mi novela, como fue calificada su hermana mayor Pascual L��pez, p��dole por caridad que no me afilie al realismo transpirenaico, sino al nuestro, ��nico que me contenta y en el cual quiero vivir y morir, no por mis m��ritos, si por mi voluntad firme. Tanto es mi respeto y amor hacia nuestros modelos nacionales, que acaso por mejor imitarlos y empaparme en ellos, di a Pascual L��pez el sabor arcaico, ensalzado hasta las nubes por la benevolencia de unos, por otros censurado; pero, en mi humilde parecer, no del todo fuera de lugar en una obra que intenta--en cuanto es posible en nuestros d��as, y en cuanto lo consiente mi escaso ingenio--recordar el sazonad��simo y nunca bien ponderado g��nero picaresco. No tendr��a disculpa si emplease el mismo estilo en UN VIAJE DE NOVIOS, de ��ndole m��s semejante a la de la moderna novela llamada de costumbres.
Aun pudiera curarme en salud, vindic��ndome anticipadamente de otro cargo que tal vez me dirija alg��n malhumorado censor. Hay quien cree que la novela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al final castigado el vicio y galardonada la virtud, ni m��s ni menos que en los cuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no est��n sujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie puso tacha a Vel��zquez porque de sus Hilanderas o sus Ni?os bobos no resulte lecci��n edificante alguna. S��lo al m��sero escritor entregan f��rula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ��sta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de m�� s�� decir que en arte me enamora la ense?anza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezco las p��ldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre el impudor fr��o y afectado de los escritores naturalistas y las homil��as sentimentales de los autores que toman un p��lpito en cada dedo y se van por esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podr�� este mi criterio parecer a unos laxo, a otros en demas��a estrecho: a m�� me basta saber que, pr��cticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, Walter Scott, Dickens, los pr��ncipes todos de la romancer��a.
Y perd��name, lector benigno, que a tan ilustres personajes
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