Torquemada en la hoguera | Page 2

B. Pérez Galdos
en que se funda la existencia social, y otros muy perdidos, muy faltones, muy destornillados de cabeza �� rasos de moral, tramposos y embusteros.
Pues todos ��stos, el bueno y el malo, el desgraciado y el pillo, cada uno por su arte propio, pero siempre con su sangre y sus huesos, le amasa ron al sucio de Torquemada una fortunita que ya la quisieran muchos que se dan lustre en Madrid, muy estirados de guantes, estrenando ropa en todas las estaciones, y preguntando, como quien no pregunta nada: ?Diga usted, ?�� c��mo han quedado hoy los fondos??
El a?o de la Revoluci��n, compr�� Torquemada una casa de corredor en la calle de San Blas, con vuelta �� la de la Leche; finca muy aprovechada, con veinticuatro habitacioncitas, que daban, descontando insolvencias inevitables, reparaciones, contribuci��n, etc., una renta de 1.300 reales al mes, equivalente �� un siete �� siete y medio por ciento del capital. Todos los domingos se personaba en ella mi D. Francisco para hacer la cobranza, los recibos en una mano, en otra el bast��n con pu?o de asta de ciervo; y los pobres inquilinos que ten��an la desgracia de no poder ser puntuales, andaban desde el s��bado por la tarde con ��l est��mago descompuesto, porque la adusta cara, el car��cter f��rreo del propietario, no concordaban con la idea que tenemos del d��a de fiesta, del d��a del Se?or, todo descanso y alegr��a. El a?o de la Restauraci��n, ya hab��a duplicado Torquemada la pella con que 13 cogi�� la gloriosa, y el radical cambio pol��tico proporcion��le bonitos pr��stamos y anticipos. Situaci��n nueva, n��minas frescas, pagas saneadas, negocio limpio. Los gobernadores flamantes que ten��an que hacerse ropa, los funcionarios diversos que sal��an de la obscuridad, fam��licos, le hicieron un buen Agosto. Toda la ��poca de los conservadores fu�� regularcita; como que estos le daban juego con las esplendideces propias de la dominaci��n, y los liberales tambi��n con sus ansias y necesidades no satisfechas. Al entrar en el gobierno, en 1881, los que tanto tiempo estuvieron sin catarlo, otra vez Torquemada en alza: pr��stamos de lo fino, adelantos de lo gordo, y vamos viviendo. Total, que ya le estaba echando el ojo �� otra casa, no de corredor, sino de buena vecindad, casi nueva, bien acondicionada para inquilinos modestos, y que si no rentaba m��s que un tres y medio �� todo tirar en cambio su administraci��n y cobranza no dar��an las jaquecas de la cansada finca dominguera.
Todo iba como una seda para aquella feroz hormiga, cuando de s��bito le afligi�� el cielo con tremenda desgracia: se muri�� su mujer. Perd��nenme mis lectores si les doy la noticia sin la preparaci��n conveniente, pues s�� que apreciaban �� Do?a Silvia, como la apreci��bamos todos los que tuvimos el honor de tratarla, y conoc��amos sus excelentes prendas y circunstancias. Falleci�� de c��lico miserere, y he de decir, en aplauso de Torquemada, que no se omiti�� gasto de m��dico y botica para salvarle la vida �� la pobre se?ora. Esta p��rdida fue un golpe cruel para Don Francisco, pues habiendo vivido el matr��monio en santa y laboriosa paz durante m��s de cuatro lustros, los caracteres de ambos c��nyuges se hab��an compenetrado de un modo perfecto, llegando �� ser ella otro ��l, y ��l como cifra y refundici��n de ambos. Do?a Silvia no s��lo gobernaba la casa con magistral econom��a, sino que asesoraba �� su pariente en los negocios dif��ciles, auxili��ndole con sus luces y su experiencia para el pr��stamo. Ella defendiendo el c��ntimo en casa para que no se fuera �� la calle, y ��l barriendo para adentro �� fin de traer todo lo que pasara, formaron un matrimonio sin desperdicio, pareja que podr��a servir de modelo �� cuantas hormigas hay debajo de la tierra y encima de ella.
Estuvo Torquemada el Peor, los primeros d��as de su viudez, sin saber lo que le pasaba, dudando que pudiera sobrevivir �� su cara mitad. P��sose m��s amarillo de lo que comunmente estaba, y le salieron algunas canas en el pelo y en la perilla. Pero el tiempo cumpli�� como suele cumplir siempre, endulzando lo amargo, limando con insensible diente las asperezas de la vida, y aunque el recuerdo de su esposa no se extingui�� en el alma del usurero, el dolor hubo de calmarse; los d��as fueron perdiendo lentamente su f��nebre tristeza; despej��se el sol del alma, iluminando de nuevo las variadas combinaciones num��ricas que en ella hab��a; los negocios distrajeron al aburrido negociante, y �� los dos a?os Torquemada parec��a consolado; pero, enti��ndase bien y rep��tase en honor suyo, sin malditas ganas de volver �� casarse.
Dos hijos le quedaron: Rufinita, cuyo nombre no es nuevo para mis amigos; y Valentinito, que ahora sale por primera vez. Entre la edad de uno y otro hallamos diez a?os de diferencia, pues �� mi Do?a Silvia se le malograron
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