en el que 
las tropas revolucionarias estuvieran mejor organizadas. Le contesté 
por dicho Secretario, que podía estar tranquilo el señor almirante, 
porque estaba todo preparado, y los filipinos tenían muchas ánsias de 
sacudir y librarse del yugo de los españoles, y esto suplía la disciplina, 
como lo justificaría el tiempo, agradeciendo, no obstante, sus buenos 
consejos. 
Ordené enseguida la distribución á varias provincias, de las armas 
recibidas, destinando algunas para los revolucionarios de Káwit, que 
fueron introducidas en la noche del 27 de Mayo, en el barrio Alapang.
VI. 
LOS PRIMEROS TRIUNFOS 
Al día siguiente, (28 Mayo 1898) y á la hora de entregarse las armas á 
los de Káwit en el citado barrio, presentóse una columna de más de 270 
soldados españoles de Infantería marina, enviados por el General 
español Sr. Peña en persecución de dichas armas. 
Allí fué donde se entabló el primer combate de la revolución filipina de 
1898, que podemos llamar la continuación de la campaña de 1896 á 97, 
combate que duró desde las diez del dia hasta las tres de la tarde, en 
que por falta de municiones se rindieron los españoles con todas sus 
armas á los revolucionarios filipinos, que entraron en Cavite con los 
prisioneros, cuya gloriosa ocasión aproveché para sacar á luz y hacer 
ondear la bandera nacional, que fue saludada por un inmenso gentío, 
con aclamaciones de delirante alegría y grandes vivas á Filipinas 
independiente y á la generosa nación de los Estados Unidos, habiendo 
presenciado el acto varios oficiales y marinos de la escuadra americana, 
que demostraron claramente sus simpatías por la causa de los filipinos, 
tomando parte en su natural júbilo. 
Este glorioso triunfo fué el preludio de continuadas victorias; pues 
llegado el dia 31 de Mayo, fecha fijada para el alzamiento general, 
Filipinas entera se levantó como un solo hombre, á sacudir el poder de 
España. 
El segundo triunfo se realizó en Binakayan, en el sitio llamado 
Polvorin, donde fué atacado por los revolucionarios, el destacamento 
español, compuesto de unos 250 hombres, rindiéndose á las pocas 
horas por falta de municiones. 
De nuevo tomé ocasión de esta victoriosa jornada para hacer ondear 
nuestra bandera nacional en los altos del cuartel del Polvorín, que se 
halla á orillas del mar, á fin de que la santa enseña de nuestra libertad é 
Independencia, fuese vista y contemplada por todos los buques de
guerra, que representando todas las naciones más grandes y civilizadas 
del mundo, se hallaban congregadas en la bahía, observando los 
acontecimientos providenciales que se verificaban en Filipinas, después 
de más de trescientos años de dominación española. 
Apenas había transcurrido una hora cuando otra bandera nuestra se vió 
ondear en la torre de la iglesia de Bakoor, que también se halla á orillas 
del mar, señal de nuevo triunfo de las tropas revolucionarias contra las 
fuerzas españolas que guarnecían dicho pueblo, compuestas de unos 
300 hombres, los cuales por igual falta de municiones se rindíeron al 
ejército revolucionario. 
Y así la revolución marchó de triunfo en triunfo, justificando el pueblo 
filipino su poder y su resolución de librarse de todo yugo extrangero, 
para vivir independiente, tal como yo le había afirmado al almirante 
Dewey, por lo que este señor y los Jefes y oficiales americanos 
felicitaron calurosamente á mi y al ejército filipino por los innegables 
triunfos, comprobados por el gran número de prisioneros que llegaban 
de todas partes de Luzón á Cavite. 
 
VII. 
LA BANDERA FILIPINA 
El día 1.º de Septiembre ordené que en todas las embarcaciones 
filipinas enarbolaran nuestro pabellón; hecho que se cumplió en primer 
término, por los marinos de nuestra pequeña flota, compuesta de unas 
ocho lanchas de vapor españolas y de otros cinco buques de mayor 
porte intitulados Taaleño, Balayan, Taal, Bulusan, y Purísima 
Concepción, donados al Gobierno filipino por sus respectivos dueños, 
los cuales fueron enseguida arreglados en nuestro Arsenal para el 
servicio de cañoneras, dotándoles de piezas de 9 y 8 centímetros, que se 
sacaron de los buques de la escuadra española. 
¡Oh! qué hermosa y gallarda es nuestra bandera al aire desplegada 
desde los topes de nuestros buques, sobre las aguas propias de la bahía
da Manila, alternando con las enseñas de otras grandes naciones, ante 
cuyos navíos iban y venían los nuestros con la reciente enseña de 
libertad é independencia! ¡Cuán respetada y admirada como nacida 
entre legítimos ecos triunfales del bisoño ejército filipino ante las 
rendidas fuerzas regulares del gobierno español! 
El corazón se dilata de gozo; el alma se enardece de orgullo; y el 
patriotismo se vé complacido en medio de tan grandiosa 
contemplación! 
* * * * * 
A fines del mes de Junio visité al almirante Dewey, quien después de 
cumplimentarme por los rápidos triunfos de la revolución filipina, me 
manifestó que los almirantes alemán y francés habíanle preguntado 
porqué consentía á los filipinos usar bandera no    
    
		
	
	
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