Pequeñeces

Luis Coloma
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Peque?eces, by Luis Coloma

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Title: Peque?eces
Author: Luis Coloma
Release Date: December 3, 2006 [EBook #20011]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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Peque?eces...
por
El P. Luis Coloma
de la
Compa?ia de Jesús
SEXTA EDICIóN
Bilbao ADMINISTRACIóN DE ?EL MENSAJERO DEL CORAZóN DE JESúS? Calle de Ayala 1898
ES PROPIEDAD
QUEDA HECHO EL DEPóSITO QUE SE?ALA LA LEY
BILBAO--Imp. de Corazón del Jesús, Muelle de Marzana, 7.

Al Lector[1]
[Nota 1: Al publicarse por primer vez esta novela en El Mensajero de Corazón de Jesús, púsole su autor este prólogo dirigido a los lectores de dicha Revista, que por muchas y poderosas razones, nos ha parecido conveniente reproducir integro en esta sexta edición. (Nota de los editores.)]
Lector amigo: Si eres hombre corrido y poco asustadizo, conocedor de las miserias humanas y amante de la verdad, aunque esta amargue, éntrate sin miedo por las páginas de este libro; que no encontrarás en ellas nada que te sea desconocido o se te haga molesto. Mas si eres alma pía y asombradiza; si no has salido de esos limbos del entendimiento que engendra, no tanto la inocencia del corazón como la falta de experiencia; si la desnudez de la verdad te escandaliza o hiere tu amor propio su rudeza, detente entonces y no pases adelante sin escuchar primero lo que debo decirte.
Porque témome mucho, lector amigo, que, de ser esto así y si no te mueven mis razones, te espera más de un sobresalto entre las páginas de este libro. Yo dejé correr en él la pluma con entera independencia, rechazando con horror, al trazar mi pintura, esa teoría perversa que ensancha el criterio de moralidad hasta desbordar las pasiones, ocultando de manera más o menos solapada la pérfida idea de hacer pasar por lícito todo lo que es agradable; mas confiésote de igual modo que, si no con espanto, con grave fastidio al menos, y hasta con cierta ira literaria, rechacé también aquel otro extremo contrario, propio de algunas conciencias timoratas que se empe?an en ver un peligro en dondequiera que aparece algo que deleita. Porque juzgo que, por sobra de valor, yerran los primeros, en no ver abismos donde puede haber flores; y tengo para mí que, por hartura de miedo, yerran también los segundos, en no concebir una flor sin que oculte detrás un precipicio. Y andando, andando, y partiendo los unos de un principio falso y los otros de una verdad santa, llegan todos de la exageración al enga?o, y pasan luego a la demencia; pareciéndoles a aquellos que pueden servir de guía a la juventud las crudezas de Zola, y creyendo estos que no conviene ense?ar a los ni?os el Credo y los Artículos de la Fe sin introducir algunas prudentes modificaciones, de que yo pudiera citarle algún ridículo ejemplo. Extra?o fenómeno y singular aprieto para el escritor el de estos dos extremos opuestos, hijos legítimos de la confusión de ideas en todo orden de cosas que caracteriza nuestra época, y reconoce por origen, entre otras mil causas, la orgullosa suficiencia propia, el desprecio de la autoridad que legítimamente define, la falta de profundidad y método en los estudios, el magisterio superficial, intruso e interesado de los periódicos, y la funesta propensión a juzgar lo que pasa en el corazón ajeno por lo que sucede en el propio.
Cierto, ciertísimo, lector pío y discreto, que peca de inmoral y merece toda censura el autor que encomia a los ladrones y recomienda sus hurtos y los facilita; o el que protestando contra ellos y reconociendo su inmoralidad, traza, sin embargo, con buenas intenciones y poquísima prudencia, cuadros de peligrosa belleza, de tentación seductora, que ejercen sobre el lector incauto, y aun sobre el que por tal no se tiene, la atracción siniestra del abismo. Mas no por eso has de deducir de aquí, lector pío siempre, y esta vez no discreto si tal deduces, que sea igualmente inmoral el escritor que confiesa paladinamente que hay ladrones, que da la voz de alerta contra ellos y los saca a la vergüenza pública, pintándolos con todas aquellas sus negras tintas que sufre el decoro y hacen al vicio antipático y odioso, y se ayuda así del mal para hacer el bien, a la manera que la primavera se ayuda del estiércol para fabricar la rosa.
Y no me digas que se corre siempre el riesgo fatalísimo de abrir los ojos a la inocencia; porque te diré entonces que si el tal autor supo guardar ese prudente decoro que indiqué antes, y esa inocencia de que hablas es
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