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quince días volvió a Madrid con otras tres muchachas, con sonajas y 
con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos 
alegres, pero todos honestos. Nunca se apartaba della la gitana vieja, 
hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; 
llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la 
sombra en la calle de Toledo, y de los que las venían siguiendo se hizo 
luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a 
los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a 
tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad 
dormida. 
Acabado el baile, dijo Preciosa: 
--Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo 
en extremo, que trata de cuando la Reina nuestra señora Margarita salió
a misa en Valladolid y fué a San Llorente: dígoles que es famoso, y 
compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón. 
Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban 
dijeron a voces: 
--Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos. 
Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a 
cogerlos. Hecho, pues, su agosto, y su vendimia, repicó Preciosa sus 
sonajas, y al tono correntío y loquesco cantó el romance. 
Apenas #_lo_# acabó cuando del ilustre auditorio y grave senado que la 
oía, de muchas se formó una voz sola, que dijo: 
--¡Torna a cantar, Preciosica; que no faltarán cuartos como tierra! 
Más de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el 
canto de las gitanas, y en la fuga dél acertó a pasar por allí uno de los 
tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era, y 
fuéle respondido que estaban escuchando a la Gitanilla hermosa, que 
cantaba. Llegóse el Tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por 
no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin; y 
habiéndole parecido por todo extremo bien la Gitanilla, mando a un 
paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con 
las gitanillas; que quería que las oyese dona Clara su mujer. Hizolo así 
el paje, y la vieja dijo que sí iria. 
Acabaron el baile y el canto y se fueron la calle adelante, y desde una 
reja llamaron unos caballeros a las gitanas. Asomóse Preciosa a la reja, 
que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca 
muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos 
juegos, se entretenían. 
--¿Quiérenme dar barato, ceñores?--dijo Preciosa, que, como gitana, 
hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas; que no naturaleza. 
A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y 
el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por 
verla, que ya tenían noticia della, y dijeron: 
--Entren, entren las gitanillas; que aquí les daremos barato. 
--Caro sería ello--respondió Preciosa--si nos pellizcacen. 
--No, a fe de caballeros--respondió uno--; bien puedes entrar, niña, 
segura que nadie te tocará a la vira de tu zapato; no, por el hábito que 
traigo en el pecho. 
Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.
--Si tú quieres entrar, Preciosa--dijo una de las tres gitanillas que iban 
con ella--, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar adonde hay 
tantos hombres. 
--Mira, Cristina--respondió Preciosa--: de lo que te has de guardar es de 
un hombre solo y a solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser 
muchos quita el miedo y el recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, 
y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada, 
entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huír 
de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las públicas. 
--Entremos, Preciosa--dijo Cristina--; que tú sabes más que un sabio. 
Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenas hubo entrado Preciosa, 
cuando el caballero del hábito vió un papel que traía en el seno, y 
llegándose a ella se le tomó, y dijo Preciosa: 
--¡Y no me le tome, señor; que es un romance que me acaban de dar 
ahora, que aún no le he leído! 
--Y ¿sabes tú leer, hija?--dijo uno. 
--Y escribir--respondió la vieja--; que a mi nieta hela criado yo como si 
fuera hija de un letrado. 
Abrió el caballero el papel, y vió que venía dentro dél un escudo de oro, 
y dijo: 
--En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este 
escudo que en el romance viene. 
--Basta--dijo Preciosa---, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues 
cierto que es más milagro darme a mí un poeta un    
    
		
	
	
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