Memorias de un vigilante | Page 9

José Alvarez
con sólo verlos caminar,
a los vagos que pasan la vida en las antesalas, buscando empleo; a los
imaginativos que se creen en posesión de los puestos que anhelan
porque han llevado al ministro una carta de cualquiera que se les antoja
de valimiento[56], a los pichuleadores[57], a los amigos de confianza
de los escribientes y auxiliares, a los de otros que vuelan más alto, a los
comisionistas, a los noticieros de los diarios, a las señoras honestas que
buscan pensión y a las más interesantes aun que gestionan asuntos por
cuenta ajena; fueron las que estudié y observé con más detenimiento,
porque eran las que abundaban y las que constantemente tenía ante los
ojos.
Las conocía por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad,
que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el
amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.
No vagaban sin rumbo bajo los largos corredores de la Casa de
Gobierno, buscando aquí y allá una oficina desconocida, como
cualquiera 19 viuda que busca pensión, empleo para un jovencito que
es una monada, o beca para una señorita joven pero honrada; no señor,
ellas iban seguras a su objeto, serenas, tranquilas, y no necesitaban
indicaciones ni lazarillos.
No se las veía en las antesalas haciendo esperas, porque conocían las
horas del despacho, y si se adelantaban por un caso fortuito, se
paseaban en los corredores con aires de dueñas de casa, o formaban en
la rueda de los ordenanzas y porteros, donde salpicaban los comentarios

banales o los chismes corrientes, con la observación mordaz o el relato
pimentado, recogido de "los mismos labios de los de la presidencia",
"de los del Congreso" o de cualquier otro foco de fama indiscutible.
Yo, en mi facción al lado de la Mesa de Entradas y Salidas, que es su
teatro, las veía en toda su magnificencia y gozaba en grande, viéndolas
desfilar en su opulenta variedad.
Al principio creía en sus amenazas, en sus cóleras, en sus penas y hasta
en sus súplicas, pero después me convencí de la realidad--comedia
pura--y al cabo de dos o tres días oía los diálogos con curiosidad, pero
sin interesarme mayormente ni por el asunto ni por quienes lo trataban.

IX
CINEMATÓGRAFO
Se acercaba a la ventanilla, tras la cual estaba el empleado encargado
del despacho, una señora seria, pero con una seriedad de esas que
llaman la atención en dondequiera y a cualquier hora y se sucedían los
diálogos y las escenas.
--¡Para servir a usted!... ¿El expediente número cuatrocientos
veinticinco, letra L, de la serie H?
--¡Está en Contaduría, señora!
--¿En Contaduría?... ¡Pero qué escándalo! ¡Es inaudito! ¡Hace seis
meses que está en la misma oficina! ¡Esa Contaduría es una carreta,
señor! ¡Seis meses para una simple toma de razón; usted ve que eso
habla muy poco en favor de la administración nacional! A Dios gracias
tengo buenas relaciones en la prensa y ya verá usted la mosquita que le
haré poner[58] al señor contador... ¡Ya verá usted y se reirá!... ¿Y no
sabe cuándo vendrá el tan célebre expediente?
--No, señora..., ¡no puedo decirle nada al respecto!

La señora se sonríe y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo
por si pica.
--¡Muchas veces en ustedes pende el despacho!... ¡No me diga usted a
mí; conozco muy bien lo que son oficinas!
Y no teniendo respuesta a su jactancia, se retiraba con aire majestuoso
y cedía el puesto a otra dama también de fuste[59], aunque bastante
vivaracha y nerviosa.
--¿El expediente número mil cuatro, letra P, sobre embargo de sueldo al
vigilante Zacarías Machete?..., ¡un guardián que no le gusta pagar casa
y que tiene unas costumbres que da vergüenza!... Figúrese usted que...
--Por orden del señor ministro, señora, esos expedientes dientes están
reservados... Son tantos, que para firmarlos se necesita un mes entero...
--Es decir que el público es nadie, y que tenemos que aguantar...
--Pero señora, es que...
--¡No me diga usted, no me diga!... ¡Todo es porque el ministro no se
incomode!... ¡Cuidado, no se vaya a mancar firmando!
--Pero señora, si es que...
--¡Yo sé bien, sí, lo que hay en todo esto; lo que se necesita para mover
los asuntos, son recomendaciones, cartitas, empeños[60]... y aceite
para la máquina!...[61] ¡Pero, déjese usted estar; yo veré al ministro y
le contaré lo que pasa! ¡Se ponen ustedes a charlar y a tomar té, y no
llevan los asuntos a la firma! ¡Ya verán ustedes el trote[62] que les voy
a meter!
--Pero señora... ¡mire usted que está faltando[63] en la oficina!
--¡Ahora mismo voy a ver al ministro, y ya sabrá usted si estoy
faltando!
El empleado ve que toda reflexión es inútil y se retira de la ventanilla.

La señora se aleja, vociferando y maldiciendo de los empleados, de su
falta
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