Mare nostrum, by Vicente Blasco 
Ibáñez 
 
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Title: Mare nostrum 
Author: Vicente Blasco Ibáñez 
Release Date: October 29, 2007 [EBook #23236] 
Language: Spanish 
Character set encoding: ISO-8859-1 
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NOSTRUM *** 
 
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VICENTE BLASCO IBAÑEZ 
MARE NOSTRUM
(NOVELA) 
95.OOO EJEMPLARES 
PROMETEO 
Gemanías, 33.--VALENCIA 
(Published in Spain) 
ES PROPIEDAD.--Reservados todos los derechos de reproducción, 
traducción y adaptación. 
Copyright 1919, by V. Blasco Ibáñez. 
 
INDICE 
I.--El capitán Ulises Ferragut. II.--Mater Anfitrita. III.--Pater Oceanus. 
IV.--Freya. V.--El Acuario de Nápoles. VI.--Los artificios de Circe. 
VII.--El pecado de Ferragut. VIII.--El joven Telémaco. IX.--El 
encuentro de Marsella. X.--En Barcelona. XI.--«Adiós. Voy á morir». 
XII.--¡Anfitrita!... ¡Anfitrita! 
 
MARE NOSTRUM 
 
I 
EL CAPITÁN ULISES FERRAGUT 
Sus primeros amores fueron con una emperatriz. 
El tenía diez años y la emperatriz seiscientos. Su padre, don Esteban 
Ferragut--tercera cuota del Colegio de Notarios de Valencia--, 
admiraba las cosas del pasado.
Vivía cerca de la catedral, y los domingos y fiestas de guardar, en vez 
de seguir á los fieles que acudían á los aparatosos oficios presididos por 
el cardenal-arzobispo, se encaminaba con su mujer y su hijo á oír misa 
en San Juan del Hospital, iglesia pequeña, rara vez concurrida en el 
resto de la semana. 
El notario, que en su juventud había leído á Wálter Scott, 
experimentaba la dulce impresión del que vuelve á su país de origen al 
ver las paredes que rodean el templo, viejas y con almenas. La Edad 
Media era el período en que habría querido vivir. Y el buen don 
Esteban, pequeño, rechoncho y miope, sentía en su interior un alma de 
héroe nacido demasiado tarde al pisar las seculares losas del templo de 
los Hospitalarios. Las otras iglesias enormes y ricas le parecían 
monumentos de insípida vulgaridad, con sus fulguraciones de oro, sus 
escarolados de alabastro y sus columnas de jaspe. Esta la habían 
levantado los caballeros de San Juan, que, unidos á los del Temple, 
ayudaron al rey don Jaime en la conquista de Valencia. 
Al atravesar un pasillo cubierto, desde la calle al patio interior, 
saludaba á la Virgen de la Reconquista traída por los freires de la 
belicosa Orden: imagen de piedra tosca, con colores y oros imprecisos, 
sentada en un sitial románico. Unos naranjos agrios destacaban su 
verde ramazón sobre los muros de la iglesia, ennegrecida sillería 
perforada por largos ventanales cegados con tapia. De los estribos 
salientes de su refuerzo surgían, en lo más alto, monstruosos endriagos 
de piedra, carcomida. 
En su nave única quedaba muy poco de este exterior romántico. El 
gusto barroco del siglo XVII había ocultado la bóveda ojival bajo otra 
de medio punto, cubriendo además las paredes con un revoque de yeso. 
Pero sobrevivían á la despiadada restauración los retablos medioevales, 
los blasones nobiliarios, los sepulcros de los caballeros de San Juan con 
inscripciones góticas, y esto bastaba para mantener despierto el 
entusiasmo del notario. 
Había que añadir además la calidad de los fieles que asistían á sus 
oficios. Eran pocos y escogidos; siempre los mismos. Unos se dejaban 
caer en su asiento, flácidos y gotosos, sostenidos por un criado viejo ó
por la esposa, que iba con pobre mantilla, lo mismo que una ama de 
gobierno. Otros oían la misa de pie, irguiendo su descarnada cabeza, 
que presentaba un perfil de pájaro de combate, cruzando sobre el pecho 
las manos siempre negras, enguantadas de lana en el invierno y de hilo 
en el verano. Los nombres de todos ellos los conocía Ferragut por 
haberlos leído en las Trovas de Mosén Febrer, métrico relato en 
lemosín de los hombres de guerra que vinieron al cerco de Valencia 
desde Aragón, Cataluña, el Sur de Francia, Inglaterra y la remota 
Alemania. 
Al terminar la misa, los imponentes personajes movían la cabeza 
saludando á los fieles más cercanos. «Buenos días.» Para ellos era 
como si acabase de salir el sol: las horas de antes no contaban. Y el 
notario, con voz melosa, ampliaba su respuesta: «Buenos días, señor 
marqués.» «Buenos días, señor barón.» Sus relaciones no iban más allá; 
pero Ferragut sentía por los nobles personajes la simpatía que sienten 
los parroquianos de un establecimiento, acostumbrados á mirarse 
durante años con ojos afectuosos, pero sin cruzar mas que un saludo. 
Su hijo Ulises se aburría en la iglesia obscura y casi desierta, siguiendo 
los monótonos incidentes de una misa cantada. Los rayos del sol, 
chorros oblicuos de oro que venían de lo alto iluminando espirales    
    
		
	
	
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