la amaba y le prive de la 
vida. 
LA ENCANTADORA. 
?Con tus propias manos? 
MANFREDO. 
iCon mis propias manos! no; fue mi corazon el que marchito el suyo y 
le destrozo. He derramado su sangre, pero no ha sido la suya. Su sangre 
ha corrido sin embargo, he vislo su pecho desgarrado y no he podido 
curar sus heridas. 
LA ENCANTADORA. 
?Es esto todo lo que tienes que decir? haciendo parte a pesar tuyo de 
una raza que tu desprecias, tu que quieres ennoblecerla elevandote 
hasta nosotros ipuedes olvidar los dones de nuestros conocimientos 
sublimes y caer en los bajos pensamientos de la muerte! no te 
reconozco. 
MANFREDO. 
iHija del aire! te protesto que, despues del dia fatal... Pero la palabra es 
un vano soplo, ven a verme en mi sueno, o a las horas de mis desvelos, 
ven a sentarte a mi lado; he cesado de estar solo, mi soledad se halla 
turbada por las furias. En mi rabia rechino los dientes mientras que la 
noche estiende sus sombras sobre la tierra, y desde la aurora hasta 
ponerse el sol no ceso de maldecirme. He invocado la perdida de mi 
razon como un beneficio, y no se me ha concedido: he arrostrado la 
muerte; pero en medio de la guerra de los elementos, los mares se han 
retirado a mi presencia. Los venenos han perdido toda su actividad; la 
mano helada de un demonio cruel me ha detenido en la orilla de los 
precipicios por solo uno de mis cabellos que no ha querido romperse. 
En vano mi imaginacion fecunda ha creado abismos en los cuales ha 
querido arrojarse mi alma; he sido rechazado, como si fuese por una ola 
enemiga, en los abismos terribles de mis pensamientos. He buscado el 
olvido en medio del mundo, lo he buscado por todas partes y nunca le 
he hallado; mis secretos magicos, mis largos estudios en un arte 
sobrenatural, todo ha cedido a mi desesperacion. Vivo, y me amenaza
una eternidad. 
LA ENCANTADORA. 
Quizas yo podre aliviar tus males. 
MANFREDO. 
Seria necesario llamar los muertos a la vida o hacerme bajar entre ellos 
a la sepultura. Ensaya el reanimar sus cenizas y hacerlos aparecer bajo 
una forma cualquiera y a cualquier hora que sea; corta el hilo de mis 
dias, y sea cual fuere el dolor que acompane mi agonia, no importa, a lo 
menos sera el ultimo. 
LA ENCANTADORA. 
Ni una cosa ni otra estan en mi arbitrio, pero si tu quieres jurar una 
ciega obediencia a mis voluntades y someterte a mis ordenes, podre 
serte util en el cumplimiento de tus deseos. 
MANFREDO. 
iYo jurar! iyo obedecer! ?y a quien? a los espiritus que domino. iYo 
venir a ser el esclavo de los que me reconocen por su senor!... iJamas! 
LA ENCANTADORA. 
?Es esta toda tu respuesta? ?no tienes otra mas dulce? iPiensa bien en 
ello antes de negarte a lo que te propongo! 
MANFREDO. 
He dicho no. 
LA ENCANTADORA. 
Puedo pues retirarme; habla. 
MANFREDO. 
Retirate. 
[La Encantadora desaparece.] 
MANFREDO solo. 
Somos la victima del tiempo y de nuestros terrores; cada dia se nos 
presentan nuevas penas; vivimos sin embargo maldiciendo la vida y 
temiendo la muerte. Gimiendo bajo el yugo que nos oprime, y cargado 
con el peso de la vida, nuestro corazon no late sino en las ocasiones que 
esperimentamos alguna contrariedad, o algun goce perfido que finaliza 
por crueles angustias y por la estenuacion y la debilidad. ?En el numero 
de nuestros dias pasados y por venir (porque lo presente no existe en la 
vida) no hay algunos, no hay uno solo en el que el alma no deje de 
desear la muerte, y no obstante de huirla, como un rio helado por el 
invierno cuya fria impresion bastaria el arrostrarla un momento?
Mi ciencia me ofrece todavia algun recurso. Puedo invocar los muertos 
y preguntarles cual es el objeto de nuestros terrores. La nada de los 
sepulcros quizas me responderan... ?Y si no responden?... iEl profeta 
sepultado respondio a la encantadora de Endor! y el rey de Esparta 
supo su destino futuro por las sombras de la virgen de Bizancio. Habia 
quitado la vida a la que amaba sin conocer que era su victima, y murio 
sin obtener perdon. Fue en vano que invocase a Jupiter, y que por la 
voz de los magicos de la Arcadia suplicase a la sombra irritada el ceder 
o a lo menos el fijar un termino a su venganza. Obtuvo una respuesta 
oscura, pero que fue demasiado cierta[3]. 
Si yo no hubiese vivido nunca, lo que amo viviria todavia; si no hubiera 
amado nunca, lo que amo aun conservaria la hermosura, la felicidad y 
el don de poder hacer dichosos. ?Que se ha hecho la victima de mis 
maldades?... Un objeto en el cual no me atrevo a pensar... Nada quizas...    
    
		
	
	
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