La Catedral

Vicente Blasco Ibáñez
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La Catedral

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Title: La Catedral
Author: Vicente Blasco Ibá?ez
Release Date: September 7, 2005 [EBook #16670]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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LA CATEDRAL
Vicente Blasco Ibá?ez
Portada de C. SANROMA
Primera edición: Enero, 1978
Editado por PLAZA & JANES, S.A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona)
Printed in Spain--Impreso en Espa?a
ISBN: 84-01-48014-0--Depósito Legal: B. 134-1978
GRAFICAS GUADA, S.A.--Virgen de Guadalupe, 33

I
Comenzaba a amanecer cuando Gabriel Luna llegó ante la catedral. En las estrechas calles toledanas todavía era de noche. La azul claridad del alba, que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de la penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombría construcción de la época de Carlos V.
Gabriel paseó largo rato por la desierta plazuela, subiéndose hasta las cejas el embozo de la capa, mientras tosía con estremecimientos dolorosos. Sin dejar de andar, para defenderse del frío, contemplaba la gran puerta llamada del Perdón, la única fachada de la iglesia que ofrece un aspecto monumental. Recordaba otras catedrales famosas, aisladas, en lugar preeminente, presentando libres todos sus costados, con el orgullo de su belleza, y las comparaba con la de Toledo, la iglesia-madre espa?ola, ahogada por el oleaje de apretados edificios que la rodean y parecen caer sobre sus flancos, adhiriéndose a ellos, sin dejarla mostrar sus galas exteriores más que en el reducido espacio de las callejuelas que la oprimen. Gabriel, que conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas enga?osas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas por dentro. No en balde habían vivido en Toledo, durante siglos, judíos y moros. Su aversión a las suntuosidades exteriores parecía haber inspirado la obra de la catedral, ahogada por el caserío que se empuja y arremolina en torno de ella como si buscase su sombra.
La plazuela del Ayuntamiento era el único desgarrón que permitía al cristiano monumento respirar su grandeza. En este peque?o espacio de cielo libre, mostraba a la luz del alba los tres arcos ojivales de su fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y salientes aristas, rematada por la montera del ?alcuzón?, especie de tiara negra con tres coronas, que se perdía en el crepúsculo invernal nebuloso y plomizo.
Gabriel contemplaba con cari?o el templo silencioso y cerrado, donde vivían los suyos y había transcurrido lo mejor de su vida. ?Cuántos a?os sin verlo! ?Con qué ansiedad aguardaba a que abriesen sus puertas...!
Había llegado a Toledo la noche anterior en el tren de Madrid. Antes de encerrarse en un cuartucho de la ?Posada de la Sangre?--el antiguo ?Mesón del Sevillano?, habitado por Cervantes--había sentido una ansiosa necesidad de ver la catedral; y pasó más de una hora en torno de ella, oyendo el ladrido del perro que guardaba el templo y rugía alarmado al percibir ruido de pasos en las callejuelas inmediatas, muertas y silenciosas. No había podido dormir. Le quitaba el sue?o verse en su tierra después de tantos a?os de aventuras y miserias. De noche aún, salió del mesón para aguardar cerca de la catedral el momento en que la abrieran.
Para entretener la espera, iba repasando con la vista las bellezas y defectos de la portada, comentándolos en alta voz, como si quisiera hacer testigos de sus juicios a los bancos de piedra de la plaza y sus tristes arbolillos. Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se extendía ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual verificábanse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y admiraba la muchedumbre los gigantones en días de gran fiesta.
El primer cuerpo de la fachada estaba rasgado en el centro por la puerta del Perdón, arco ojival enorme y profundo, que se estrecha siguiendo la gradación de sus ojivas interiores, adornadas con imágenes de apóstoles, calados doseletes y escudos con leones y castillos. En el pilar que divide las dos hojas de la puerta, Jesús, con corona y manto de rey, flaco, estirado, con el aire enfermizo y mísero que los imagineros medioevales daban a sus figuras para expresar la divina sublimidad. En el tímpano, un relieve representaba a la Virgen rodeada de ángeles, vistiendo una casulla a San Ildefonso, piadosa leyenda repetida en varios puntos de la catedral, como si fuese el mejor de los blasones. A un lado, la puerta llamada de la Torre; al otro, la
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