nace, todo va bien; pero desde el 
momento en que, gastado el eje de su vida, se constituye en mero 
espectador, nada es de su agrado.--Abrid la historia de las pasadas 
sociedades; leed al filósofo crítico más reverendo, y le veréis mientras 
se jacta de haber dado ensanche al patrimonio ruin de la inteligencia 
que heredó de sus mayores, lamentarse de los locos extravíos de la de 
sus hijos. 
Y cuando á los nuestros entreguemos mañana el imperio del mundo, 
palparemos más evidente esta verdad. Una vez apoderados ellos del 
cetro, veréis lo que tarda nuestra generación, entonces caduca é 
impotente, en llamarlos dementes y desatentados; casi tan poco como 
en que ellos nos miren con lástima, y, alumbrados por el sol de la 
electricidad, se rían á nuestras encanecidas barbas de los resoplidos del 
vapor de nuestras locomotoras. 
Y esto ¿qué significa?
Que la humanidad siempre es la misma bajo los distintos disfraces con 
que se va presentando en cada siglo. 
Y si el lector al llegar aquí, y en uso de su derecho, me pregunta á qué 
conducen las anteriores perogrullescas reflexiones, le diré que ellas son 
lo único que saqué en limpio de mi última sesión con mi buen amigo 
don Pelegrín. 
Don Pelegrín Tarín es un señor fechado aún más allá de la última 
decena del siglo XVIII, uno de esos hombres cuyo conocimiento se 
hace en el café con motivo de una jugada á las damas, ó la duda de una 
fecha, ó el relato de un episodio de la guerra de la Independencia; un 
señor chapado y claveteado á la antigua, y en cuyo ropaje y fachada se 
puede estudiar la historia civil y política de su tiempo, del mismo modo 
que sobre un murallón cubierto de grietas y de musgo se estudia el 
carácter de la época en que se construyó ... y no sé cuántas cosas más, 
según es fama. 
La verdad es, sin que importe el cómo, que don Pelegrín se hizo amigo 
mío, y que raro es el día en que no me echa un párrafo de historia 
antigua, apenas entro en el café, su morada habitual desde las tres de la 
tarde hasta las ocho de la noche, y me siento en mi rincón preferido... Y 
ahora recuerdo que la coincidencia de buscar los dos el ángulo más 
apartado, á la vez que el sofá más mullido del café, dió origen á nuestro 
conocimiento. 
Comenzó el buen señor por aburrirme muchas veces, hablándome de la 
guerra del francés, como él dice, y del Duque de Wellington. 
Hablábame también á cada paso de la política del Rey y de los puntales 
del Tesoro, del pingüe resultado de los gremios ... y qué sé yo de 
cuántas cosas más; y haciendo sus aplicaciones á las modernas 
doctrinas y al presente sistema administrativo, sacaba las consecuencias 
que le daba la gana, porque yo á todo atendía menos á contradecirle. 
Pero comenzó un día á hablarme del Santander de sus tiempos y de las 
costumbres de su juventud, y sin darme cuenta de lo que me sucedía, 
halléme con que me iba interesando el viejo don Pelegrín. ¿Y cómo no 
interesarme si es la mejor crónica del pueblo, la única tal vez que nos 
queda? Desde entonces estreché más mi trato con él, y di en agobiarle á
preguntas. Pero el bendito señor, sea efecto de sus años ó de su carácter 
vehemente, tiene la costumbre de comentar todo lo que dice y de 
meterse á filosofar y á hacer digresiones sobre la cosa más trivial; de 
suerte que nunca pude obtener un cuadro exacto y bien detallado del 
Santander de antaño, tal como yo le quería para dársele á mis lectores, 
seguro de que me le agradecerían como una curiosidad. Lo más 
acabado que salió de su descriptivo-crítico ingenio, es lo que ustedes 
van á leer (si tanta honra quieren dispensarme). 
Malo ó bueno, ello es de la propiedad de don Pelegrín, y en él declino 
mi responsabilidad.... 
 
II 
Después de un vago preámbulo, exclamó así el buen señor: 
--Mire usted, amigo mío: yo no estoy literalmente reñido con esa 
batahola infernal, con ese movimiento que forma hoy la base de la 
sociedad en que ustedes viven, no señor: comprendo perfectamente 
todo lo que vale y el caudal inmenso de ilustración que representa; pero 
esto no puede satisfacer las humildes ambiciones de un hombre de mis 
años. Desengáñese usted, yo no puedo menos de recordar con 
entusiasmo aquellas costumbres rancias, tan ridiculizadas por los 
modernos reformistas: ellas me nutrieron, entre ellas crecí y á ellas 
debo lo poco que valgo y el fundamento de esta familia que hoy me 
rodea, y, aunque montada á la moderna, respeta mis manías, como 
ustedes dicen, y me permite vivir cincuenta años más atrás que ella. No    
    
		
	
	
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