El Diablo Cojuelo | Page 4

Luis Vélez de Guevara
y variedad que de tal ingenio se pod��an esperar. Merece--a?adi��--la licencia que pide, porque este linage de escritos es dif��cil de enquadernar con lo honesto y recatado de nuestras christianas leyes, y Luis V��lez ha sido en ��ste gloriosa excepci��n desta vniuersal dolencia.? M��s extremado es el parecer del segundo, que encarece el sazonado gusto de V��lez, ?por auer puesto la naturaleza en su ingenio la elegancia del estilo, la suabidad del dezir, la aduertencia en el colocar, la atenta circunspecci��n en las palabras, y todo con tal modo, que dexa suspensa la raz��n sobre a qual de estas partes se deba con m��s justificaci��n la primacia: en todo este discurso se corre la cortina a los conocidos enga?os deste mundo, de modo que, para penetrarlos con sutileza, no necesita nuestra Naci��n de salir de sus estendidos l��mites, pues dentro de s�� cr��a sugetos que, aun en sue?os y burlas, la dexan superiormente ilustrada?. Diametralmente opuesta a estas opiniones fu�� la de Francisco Santos, pues dijo en El Arca de No�� y Campana de Belilla[26]: ?Toc�� la Campana y desaparecieron todos los Autores de viejo, sigui��ndolos vno que avia venido tarde, y tambi��n llevava vn libro en las manos, que preguntando a Noe qui��n era, me dixo: el libro se intitula el Diablo Cojuelo, Aventuras de Don Cleofas Leandro Perez Zambullo, digno de que le consumiera vn Polvorista: est�� sin ense?an?a buena, ni moralidad, y esto, sobre acabar como la nieve....? ?Ni tanto, ni tan poco?, podr��a haberse dicho a los tres censores, porque, en realidad de verdad, la novelita de V��lez de Guevara, que se muestra en ella como un buen disc��pulo de Quevedo, de cuyas obras c��micas y sat��ricas tiene reminiscencias muy frecuentes, sin ser una maravilla, es de agradable lectura, y m��s lo fuera sin la pesada y adulatoria enumeraci��n de todo aquel inacabable se?or��o que el autor, en el tranco VIII, hace pasar por el espejo de Rufina Mar��a, dispuesto ad hoc por el redomado desenredomado.
En la visi��n, que pudi��ramos llamar cinematogr��fica, de los diez trancos o cap��tulos en que est�� dividido El Diablo Cojuelo, cada uno sabe a cosa diferente de los dem��s: son cuadros distintos e independientes entre s��, que no tienen de com��n sino la intervenci��n, o la presencia cuando menos, de los dos h��roes de la novela. El tranco II, verbigracia, en que entrambos, desde el capitel de la torre de San Salvador, descubierta ?la carne del pastel��n de Madrid?, otean despu��s de la media noche cuanto sucede en la coronada villa, trae a la memoria, por la traza y manera, como indiqu�� en las notas de mi edici��n cr��tica del Quijote[27], aquella inspecci��n que desde la torre de la Giralda de Sevilla, y acompa?ado asimismo de un cicerone, el maestro Desenga?o, hab��a hecho Rodrigo Fern��ndez de Ribera, autor de Los Antoios de meior vista[28]. El desaforado poeta del tranco IV es pariente propincuo de otros dos muy conocidos en nuestra literatura: el del Coloquio de los Perros, de Cervantes, y el de la Vida del Busc��n, de Quevedo. A hacer entretenida y agradable la lectura de El Diablo Cojuelo contribuyen con lo ingenioso de la invenci��n la interesante variedad de las escenas, la soltura y viveza del di��logo, y, especialmente, el chispeante gracejo de V��lez de Guevara. En cambio, la elocuci��n suele ser descuidadilla, entre otras cosas, por la excesiva abundancia de gerundios.
Del Diablo Cojuelo, entremetido esp��ritu infernal que da nombre y ser a la novela, trat�� el se?or Bonilla en una breve nota. Mucho m��s merec��a el que ?trujo al mundo la zarabanda, el d��ligo y la chacona?, y yo he de volver hoy por su negra honrilla, recordando la mucha familiaridad que nosotros los espa?oles hemos tenido con ��l. H��yase de llamar Renfas, o Asmodeo, o de otro cualquier modo, es lo cierto que este travieso diablillo, con parecer de menor cuant��a y ser cojo por a?adidura, tom�� entre nosotros tal importancia, que nada malo se pudo hacer sin ��l. ?El Diablillo Cojo sabe m��s que el otro?, ense?�� el refr��n, y cuando en el calor de la ira se dijo a alguno que le llevase el diablo, no falt�� quien, rectificando festivamente, respondiera: ?El Diablo Cojuelo, que es m��s ligero?. En las f��rmulas supersticiosas llev��banle y tra��anle como un zarandillo nuestras hechiceras de los siglos XVI y XVII, para que les llevase y trajese sus galanes y paniaguados, y le daban prisa, y le adulaban celebrando su ligereza. V��anse algunos ejemplos. Do?a Antonia Mex��a declar��, entre otras cosas, en un proceso que se le sigui�� por los a?os de 1633[29]: ?Que habr�� seis a?os que la dicha Beatriz dixo a ��sta que tomase un pedernal y le pusiese la mano encima y dixese:
Estos cinco dedos pongo en este muro; cinco demonios conjuro: a Barrab��s, a Satan��s, a Lucifer,
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 105
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.