El Arroyo

Elíseo Reclus

El Arroyo

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Title: El Arroyo
Author: El��seo Reclus
Release Date: March 22, 2004 [EBook #11663]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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EL��SEO RECLUS
EL ARROYO

#El ARROYO#
El��seo Reclus

Traducci��n de A. L��pez Rodrigo

#EL ARROYO#

CAP��TULO PRIMERO
#La fuente#
La historia de un arroyo, hasta la del m��s peque?o que nace y se pierde entre el musgo, es la historia del infinito. Sus gotas centelleantes han atravesado el granito, la roca calc��rea y la arcilla; han sido nieve sobre la cumbre del fr��o monte, mol��cula de vapor en la nube, blanca espuma en las erizadas olas. El sol, en su carrera diaria, las ha hecho resplandecer con hermosos reflejos; la p��lida luz de la luna las ha irisado apenas perceptiblemente; el rayo la ha convertido en hidr��geno y ox��geno, y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en forma de lluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atm��sfera y el espacio y todas las fuerzas c��smicas, han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y la posici��n de la imperceptible gota; �� su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que dan vueltas por los cielos, y su ��rbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sin reposo.
Toda nuestra imaginaci��n no basta para abarcar en su conjunto el circuito de la gota y por eso nos limitamos �� seguirla en su curso y su ca��da, desde su aparici��n en la fuente, hasta mezclarse con el agua del caudaloso r��o y el oc��ano inmenso. Como seres d��biles, intentamos medir la naturaleza con nuestra propia talla; cada uno de sus fen��menos se resume para nosotros en un peque?o n��mero de impresiones que hemos sentido. ?Qu�� es el arroyo, sino el sitio hermoso y apacible donde hemos visto correr el agua cristalina bajo la sombra de los ��lamos, balancearse sus hierbas largas como serpentinas y temblar agitados los juncos de sus islitas? La orilla florida donde goz��bamos acost��ndonos al sol, so?ando en la libertad, el sendero tortuoso que bordea el margen y que nosotros seguimos con paso lento contemplando el curso del agua, la arista de la piedra desde la cual el agua unida en apretado haz se precipita en cascada �� se deshace en espuma; he ah�� lo que en nuestro recuerdo es el arroyo, casi con toda su infinita y compleja naturaleza, puesto que lo restante se pierde en las obscuridades de lo inconcebible.
La fuente, el punto donde el chorro de agua, oculto hasta all��, se manifiesta repentinamente, es el paraje encantador hacia el cual nos sentimos invenciblemente atra��dos; que ��sta parezca adormecida en un prado como simple balsa entre los juncos, que salga �� borbotones de la arena arrastrando laminitas de cuarzo �� de mica, que suben y bajan arremolin��ndose en un torbellino sin fin, que brote modestamente entre dos piedras, �� la sombra discreta de los grandes ��rboles, �� bien que salga con estr��pito de una abertura de la roca ?c��mo no sentirse fascinado por el agua que acaba de salir de la obscuridad y tan alegremente refleja la luz? Gozando nosotros del espect��culo encantador que el manantial nos ofrece, nos es f��cil comprender por qu�� los ��rabes, los espa?oles, los campesinos de los Pirineos y otros muchos hombres de todas las razas y de todos los climas han cre��do ver en las fuentes ?ojos? de seres encerrados en las tenebrosas entra?as de las rocas, con los cuales contemplan el espacio y la verdura. Libre de la c��rcel que la aprisionaba, la ninfa alegre mira el cielo azul, los ��rboles, las hierbas, las ca?as que se balancean; refleja la inmensa naturaleza en el hermoso zafiro de sus aguas, y, sugestionados por sus l��mpidas miradas, nos sentimos pose��dos de misteriosa ternura.
La transparencia de las fuentes fu�� en todo tiempo el s��mbolo de la pureza moral; en la poes��a de todos los pueblos, la inocencia se compara con el agua cristalina de las fuentes, y el recuerdo de esta imagen, transmitido de siglo en siglo, se ha convertido para nosotros en atractivo.
No cabe duda que esta agua se enturbiar�� m��s lejos; pasar�� por rocas que le dejar��n materias impuras y arrastrar�� vegetales en putrefacci��n; se escurrir�� por sucias tierras y se cargar�� de inmundancias por los animales y los hombres; pero aqu��, en su balsa de piedra �� en su cuna de juncos, es tan pura, tan luminosa, que parece aire condensado: los reflejos movibles de la superficie, los repentinos borbotones, los c��rculos conc��ntricos
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