Cádiz

Benito Pérez Galdós
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Cádiz, by Benito Pérez Galdós

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Title: Cádiz
Author: Benito Pérez Galdós
Release Date: June 23, 2007 [EBook #21906]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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Cádiz
Benito Pérez Galdós
1878

I
En una ma?ana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compa?eros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la bahía; echamos unas ca?as en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios, para marchar cada cual a su destino. Repito que era en Febrero, y aunque no puedo precisar el día, sí afirmo que corrían los principios de dicho mes, pues aún estaba calentita la famosa respuesta: ?La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que al se?or D. Femando VII. 6 de Febrero de 1810?.
Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de do?a Flora, esta me dijo:
--?Cuán impaciente está la se?ora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del se?or Poenco en Puerta de Tierra!
--Se?ora--le respondí--juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no había moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.
--Me gusta la frescura con que lo dice--exclamó con enfado do?a Flora--. Caballerito, la condesa y yo estamos muy incomodadas con usted, sí se?or. Desde el mes pasado en que mi amiga acertó a recoger en el Puerto esta oveja descarriada, no ha venido usted a visitarnos más que dos o tres veces, prefiriendo en sus horas de vagar y esparcimiento la compa?ía de soldados y mozas alegres, al trato de personas graves y delicadas que tan necesario es a un jovenzuelo sin experiencia. ?Qué sería de ti--a?adió reblandecida de improviso y en tono de confianza--, tierna criatura lanzada en tan temprana edad a los torbellinos del mundo, si nosotras, compadecidas de tu orfandad, no te agasajáramos y cuidáramos, fortaleciéndote a la vez el cuerpecito con sanos y gustosos platos, el alma con sabios consejos! Desgraciado ni?o... Vaya se acabaron los rega?os, picarillo. Estás perdonado; desde hoy se acabó el mirar a esas desvergonzadas muchachuelas que van a casa de Poenco y comprenderás todo lo que vale un trato honesto y circunspecto con personas de peso y suposición. Vamos, dime lo que quieres almorzar. ?Te quedarás aquí hasta ma?ana? ?Tienes alguna herida, contusión o rasgu?o, para curártelo en seguida? Si quieres dormir, ya sabes que junto a mi cuarto hay una alcobita muy linda.
Diciendo esto, do?a Flora desarrollaba ante mis ojos en toda su magnificencia y extensión el panorama de gestos, gui?os, saladas muecas, graciosos mohínes, arqueos de ceja, repulgos de labios y demás signos del lenguaje mudo que en su arrebolado y con cien menjurjes albardado rostro servía para dar mayor fuerza a la palabra. Luego que le di mis excusas, dichas mitad en serio mitad en broma, comenzó a dictar órdenes severas para la obra de mi almuerzo, atronando la casa, y a este punto salió conteniendo la risa la se?ora condesa que había oído la anterior retahíla.
--Tiene razón--me dijo después que nos saludamos--; el Sr. D. Gabriel es un chiquilicuatro sin fundamento, y mi amiga haría muy bien en ponerle una calza al pie. ?Qué es eso de mirar a las chicas bonitas? ?Hase visto mayor desvergüenza? Un barbilindo que debiera estar en la escuela o cosido a las faldas de alguna persona sentada y de libras que fuera un almacén de buenos consejos... ?cómo se entiende? Do?a Flora, siéntele usted la mano, dirija su corazón por el camino de los sentimientos circunspectos y solemnes, e infúndale el respeto que todo
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