Candido, o El Optimismo 
(Spanish tr) [with accents] 
 
The Project Gutenberg EBook of Candido, o El Optimismo, by Voltaire 
#14 in our series by Voltaire 
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Title: Candido, o El Optimismo 
Author: Voltaire 
Release Date: December, 2004 [EBook #7109] [Yes, we are more than 
one year ahead of schedule] [This file was first posted on March 10, 
2003] 
Edition: 10 
Language: Spanish 
Character set encoding: ISO-Latin-1 
*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CANDIDO, 
O EL OPTIMISMO *** 
 
Produced by Tom Richards, Arno Peters, Juliet Sutherland, Charles 
Franks and the Online Distributed Proofreading Team. 
 
CANDIDO, 
Ó 
EL OPTIMISMO, 
VERSION DEL ORIGINAL TUDESCO DEL DR. RALPH, 
Con las adiciones que se han hallado en los papeles del Doctor, despues 
de su fallecimiento en Minden, el año 1759 de nuestra redencion. 
 
CAPITULO PRIMERO. 
_Donde se da cuenta de como fué criado Candido en una hermosa
quinta, y como de ella fué echado á patadas._ 
En la quinta del Señor baron de Tunderten-tronck, título de la Vesfalia, 
vivia un mancebo que habia dotado de la índole mas apacible 
naturaleza. Víase en su fisonomía su alma: tenia bastante sano juicio, y 
alma muy sensible; y por eso creo que le llamaban Candido. 
Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo de la hermana 
del señor baron, y de un honrado hidalgo, vecino suyo, con quien jamas 
consintió en casarse la doncella, visto que no podia probar arriba de 
setenta y un quarteles, porque la injuria de los tiempos habia acabado 
con el resto de su árbol genealógico. 
Era el señor baron uno de los caballeros mas poderosos de la Vesfalia; 
su quinta tenia puerta y ventanas, y en la sala estrado habia una 
colgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando era 
menester; los mozos de su caballeriza eran sus picadores, y el 
teniente-cura del lugar su primer capellan: todos le daban señoría, y se 
echaban á reir quando decia algun chiste. 
La señora baronesa que pesaba unas catorce arrobas, se habia 
grangeado por esta prenda universal respeto, y recibia las visitas con 
una dignidad que la hacia aun mas respetable. Cunegunda, su hija, 
doncella de diez y siete años, era rolliza, sana, de buen color, y muy 
apetitosa muchacha; y el hijo del baron en nada desdecia de su padre. 
El oráculo de la casa era el preceptor Panglós, y el chicuelo Candido 
escuchaba sus lecciones con toda la docilidad propia de su edad y su 
carácter. 
Demostrado está, decia Panglós, que no pueden ser las cosas de otro 
modo; porque habiéndose hecho todo con un fin, no puede ménos este 
de ser el mejor de los fines. Nótese que las narices se hiciéron para 
llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas 
notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las piedras 
para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene Su Señoría 
una hermosa quinta; el baron principal de la provincia ha de estar mas 
bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos naciéron para 
que se los coman, todo el año comemos tocino. De suerte que los que 
han sustentado que todo está bien, han dicho un disparate, porque 
debian decir que todo está en el último ápice de perfeccion. 
Escuchábale Candido con atención, y le creía con inocencia, porque la 
señorita Cunegunda le parecía un dechado de lindeza, puesto que nunca
habia sido osado á decírselo. Sacaba de aquí que despues de la 
imponderable dicha de ser baron de Tunder-ten-tronck, era el segundo 
grado el de ser la señorita Cunegunda, el tercero verla cada dia, y el 
quarto oir al maestro Panglós, el filósofo mas aventajado de la 
provincia, y por consiguiente del orbe entero. 
Paseándose un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por un 
tallar que llamaban coto, por entre unas matas vio al doctor Panglós 
que estaba dando lecciones de física experimental á la doncella de labor 
de su madre,    
    
		
	
	
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