dedicación absoluta y 
definitiva a dar cuerpo a ese pensamiento y a su ensueño, ¿qué son sino una cosa que está 
en la memoria y en el corazón de todos nosotros y que no necesita ser repetida, que no 
debe ser repetida, porque la repetición no sería ciertamente excusable, sería
incuestionablemente vana y presuntuosa? 
No hablemos, por consiguiente, de su vida. De ella, lo que parece destacarse de una 
manera marcada, es esto sobre lo cual necesariamente habré de volver, porque fue rasgo 
típico de su temperamento. Fue una vida dirigida, como la aguja magnética, hacia una 
sola dirección; y todas las vicisitudes y agitaciones de aquella existencia, realmente 
tormentosa, vinieron al cabo a culminar en un mismo punto y en el sentido de una sola 
vía, por la que se encaminaron en definitiva sus pasos. Donde quiera que encontró 
cualquier oficio por el cual trató de librar su subsistencia, la adopción de ese oficio no 
tuvo más objeto sino el de lograr que fuera posible ir viviendo, para que al par que su 
vida se prolongara, se realizase la obra que se había impuesto. La tarea que desde sus 
tiempos de muy joven concibió en su espíritu, despertó en el mismo el propósito de 
consagrarse a ella, y de hecho, posteriormente, su vida fue, en cuanto a esa tarea, una 
definitiva consagración. Naturalmente, en un hombre obsedido por esa misión, que debió 
creer que providencialmente le estaba impuesta, y luego veremos por qué lo digo, no era 
posible que se produjera un rumbo normal, tranquilo y constante en la existencia. Dado el 
hecho de imponerse a sí mismo semejante misión, todo lo que no fuera el cumplimiento 
de ella, tenía que ser accesorio para él y accidental. Era preciso vivir; no tenía fortuna y 
era preciso buscar el pan de todos los días. Un hombre de inteligencia suficiente para 
haber abrazado cualquiera de esas profesiones, que si no francamente lucrativas, permiten 
por lo menos vivir con comodidad, no se podía ocupar de ninguna de ellas. Teniendo 
título de Abogado, no le fue dable ejercer la profesión. Para ello hubiera tenido que 
radicar en un mismo punto, que vivir en Cuba, y en Cuba española, que someterse a la 
mirada recelosa de la policía española, que prescindir de todo lo que él entendía que 
constituía su destino. Era preciso que librara la subsistencia con oficios que le permitieran 
al propio tiempo viajar, moverse de acá para allá, preparar el movimiento revolucionario 
en definitiva. Y tan es así, que una especie de visión, de destino providencial le animaba, 
que contra el parecer de la inmensa mayoría de sus conciudadanos, contra el parecer casi 
unánime de ellos, entendió que estaban maduros los tiempos, cuando todo el mundo 
pensaba que su tentativa habría de abortar como extraña aventura de dementes. 
A veces sucede esto, y ha sucedido en muchas ocasiones en la historia de la humanidad: 
no son precisamente los hombres de mayor reposo en el carácter y más serena cultura 
mental los que han decidido a las multitudes a obrar, los que han lanzado a los pueblos 
por el camino de su destino verdadero. Para eso se ha necesitado casi siempre una 
obsesión pasional y la impulsión que naturalmente se produce en virtud de ella; 
comunicar a las multitudes el fuego que a nosotros abrasa y hacerles realizar lo que ellas 
no pensaron que debieran realizar; aun muchas veces contra la voluntad general, 
adivinando cuál es el estado de la subconciencia, el deseo íntimo y verdadero de una 
agrupación de hombres, para llevarlos a que ejecuten lo que quisieran ejecutar, pero lo 
que no se atreven siquiera a pensar en ejecutar. De aquí el que fiel a su destino, Martí 
viviera como corresponsal de periódicos, moviéndose de acá para allá, remitiendo 
correspondencias a un diario denominado _El Partido Liberal y después a La Nación_ de 
Buenos Aires, ganándose su subsistencia modestísimamente de este modo, a fin de girar 
por el mundo, aunando voluntades aquí como allí, reuniendo fondos, procurando contar 
con la colaboración de los que podían ponerse al frente del movimiento, y no 
desmayando nunca ante ningún desastre, ni ante ningún desengaño. ¿Para qué dar detalles?
Esta fue invariablemente su vida. Los accidentes de la misma no harían sino presentar 
diversas facetas de esto que he indicado como su conjunto general. 
Discurrir ahora acerca de su temperamento y de su carácter, de su papel y de su misión en 
la obra revolucionaria cubana, tiene para mí también un relativo inconveniente. Hace 
poco más de un año, cuando, en la próxima ciudad de Matanzas se inauguraba, por 
iniciativa de un hombre a quien vi entonces por última vez, el doctor Ramón Miranda, un 
artístico monumento en honor de Martí, el doctor, que a ello me había comprometido de 
antemano, me llevó a dicha ciudad    
    
		
	
	
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