Los pazos de Ulloa

Emilia Pardo Bazán

Los pazos de Ulloa

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Title: Los pazos de Ulloa
Author: Emilia Pardo Baz��n
Release Date: March 16, 2006 [EBook #18005]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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Nota: No hab��a cap��tulo no V en el original. Pues, el cap��tulo VII sigue el cap��tulo V.

Los pazos de Ulloa
Emilia Pardo Baz��n

Tomo I

-I-
Por m��s que el jinete trataba de sofrenarlo agarr��ndose con todas sus fuerzas a la ��nica rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo roc��n segu��a empe?��ndose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigual��simos de loco galope. Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense en t��rminos que los viandantes, al pasarlo, sacud��an la cabeza murmurando que ten��a bastante m��s declive del no s�� cu��ntos por ciento marcado por la ley, y que sin duda al llevar la carretera en semejante direcci��n, ya sabr��an los ingenieros lo que se pescaban, y alguna quinta de personaje pol��tico, alguna influencia electoral de grueso calibre deb��a andar cerca.
Iba el jinete colorado, no como un pimiento, sino como una fresa, encendimiento propio de personas linf��ticas. Por ser joven y de miembros delicados, y por no tener pelo de barba, pareciera un ni?o, a no desmentir la presunci��n sus trazas sacerdotales. Aunque cubierto de amarillo polvo que levantaba el trote del jaco, bien se advert��a que el traje del mozo era de pa?o negro liso, cortado con la flojedad y poca gracia que distingue a las prendas de ropa de seglar vestidas por cl��rigos. Los guantes, despellejados ya por la tosca brida, eran asimismo negros y nuevecitos, igual que el hongo, que llevaba calado hasta las cejas, por temor a que los zarandeos de la trotada se lo hiciesen saltar al suelo, que ser��a el mayor compromiso del mundo. Bajo el cuello del desairado levit��n asomaba un dedo de alzacuello, bordado de cuentas de abalorio. Demostraba el jinete escasa maestr��a h��pica: inclinado sobre el arz��n, con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, le��ase en su rostro tanto miedo al cuartago como si fuese alg��n corcel ind��mito rebosando fiereza y br��os.
Al acabarse el repecho, volvi�� el jaco a la sosegada andadura habitual, y pudo el jinete enderezarse sobre el aparejo redondo, cuya anchura inconmensurable le hab��a descoyuntado los huesos todos de la regi��n sacro-il��aca. Respir��, quit��se el sombrero y recibi�� en la frente sudorosa el aire fr��o de la tarde. Ca��an ya oblicuamente los rayos del sol en los zarzales y setos, y un pe��n caminero, en mangas de camisa, pues ten��a su chaqueta colocada sobre un moj��n de granito, daba l��nguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas al borde de la cuneta. Tir�� el jinete del ramal para detener a su cabalgadura, y ��sta, que se hab��a dejado en la cuesta abajo las ganas de trotar, par�� inmediatamente. El pe��n alz�� la cabeza, y la placa dorada de su sombrero reluci�� un instante.
--?Tendr�� usted la bondad de decirme si falta mucho para la casa del se?or marqu��s de Ulloa?
--?Para los Pazos de Ulloa?--contest�� el pe��n repitiendo la pregunta.
--Eso es.
--Los Pazos de Ulloa est��n all��--murmur�� extendiendo la mano para se?alar a un punto en el horizonte.--Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa.... Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ?ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito, hasta el crucero.... En el crucero ya no tiene p��rdida, porque se ven los Pazos, una costruci��n muy grand��sima....
--Pero..... ?como cu��nto faltar��?--pregunt�� con inquietud el cl��rigo.
Mene�� el pe��n la tostada cabeza.
--Un bocadito, un bocadito....
Y sin m��s explicaciones, emprendi�� otra vez su desmayada faena, manejando el azad��n lo mismo que si pesase cuatro arrobas.
Se resign�� el viajero a continuar ignorando las leguas de que se compone un bocadito, y talone�� al roc��n. El pinar no estaba muy distante, y por el centro de su sombr��a masa serpeaba una trocha angost��sima, en la cual se colaron montura y jinete. El sendero, sepultado en las oscuras profundidades del pinar, era casi impracticable; pero el jaco, que no desment��a las aptitudes especiales de la raza caballar gallega para andar por mal piso, avanzaba con suma precauci��n, cabizbajo, tanteando con el casco, para sortear cautelosamente las zanjas producidas por la llanta de los carros, los pedruscos, los troncos de pino cortados y atravesados
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