Los muertos mandan

Vicente Blasco Ibáñez
Los muertos mandan, by Vicente
Blasco Ibáñez

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Title: Los muertos mandan
Author: Vicente Blasco Ibáñez
Release Date: May 31, 2007 [EBook #21651]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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MUERTOS MANDAN ***

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Los muertos mandan
Vicente Blasco Ibáñez

Al lector
En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los
republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de
nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma.
Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que
habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez
pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política, para
correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media
los paseos meditativos del gran Raimundo Lulio--filósofo, hombre de
acción, novelista--y en el primer tercio del siglo XIX sirvió de
escenario a los amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y
Chopin.
Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas
eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas
gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a
causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias
igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de los
judíos convertidos de Mallorca, de los llamados chuetas, una novela
futura.
Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome
igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo
de marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos
años con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de
las dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente
originales, en una sola novela.
Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo.
Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con más
detenimiento los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba
ocasión propicia para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi
primera excursión a América, pude escapar unas semanas de Madrid,
llevando una vida errante por ambas islas. Visité la mayor parte de
Mallorca, durmiendo muchas noches en pequeños pueblos donde me

dieron alojamiento las familias «payesas» con una hospitalidad
generosa, de bíblico desinterés. Corrí las montañas de Ibiza y navegué
ante sus costas rojas y verdes en barcos viejos, valientes para el mar,
que unos meses del año van a la pesca y otros son dedicados al
contrabando.
Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las
manos endurecidas por el remo, me puse a escribir Los muertos
mandan, y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis
observaciones, que produje la novela «de un solo tirón», sin el más leve
desfallecimiento de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o
tres meses.
Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas
publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y
Chile. El conferencista se convirtió sin saber cómo en colonizador del
desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma como algo
frívolo e inútil para la recia batalla con las asperezas de una tierra
inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias
de los hombres.
Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui un
novelista de hechos y no de palabras.
Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y después de
estos seis años de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la
gran guerra, reanudé en París mi trabajo de novelista «de pluma y
papel», escribiendo Los argonautas.
V. B. I. 1923

Primera parte

I

Jaime Febrer se levantó a las nueve de la mañana. Madó Antonia, que
le había visto nacer--servidora respetuosa de las glorias de la familia--,
movíase desde las ocho en la habitación, para despertarle. Pareciéndole
escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal,
abrió las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios. Luego
levantó las colgaduras de damasco rojo galoneadas de oro que cubrían
como una tienda de campaña el amplio lecho majestuoso, en el que
habían nacido, procreado y muerto varias generaciones de Febrer.
La noche anterior, al retirarse del Casino, la había encargado Jaime con
gran insistencia que le despertase temprano. Estaba invitado a almorzar
en Valldemosa. «¡Arriba!» La mañana era de las mejores de primavera;
en el jardín de la
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