La niña robada | Page 2

Hendrik Conscience

amiga... ¿Qué os pasa? ¿Por qué me miráis con esa expresión tan
extraña, Catalina?
La campesina tenía los ojos fijos en él, con una expresión de dolor y de
compasión, meneando la cabeza silenciosamente.
--No os comprendo--murmuró Mathys sorprendido--. ¿Qué significa
esa triste sonrisa?
--No me atrevo a hablar--murmuró Catalina suspirando--. Puede que
traicionara un secreto que mi pobre amiga quiere mantener oculto; pero,
creedme, señor intendente, vuestro despecho no es fundado. Si
pudierais leer en el corazón de Marta, quizá reconoceríais a vuestra vez
hasta qué punto vuestro espíritu se aleja de la verdad.
--Sí, vais a contarme otra vez la misma canción; pero es inútil. No os

imagináis su conducta para conmigo; no veis su frialdad despreciativa.
Es preciso que se marche del castillo, mi tranquilidad exige que se vaya;
no quiero dejarme despreciar por alguien que, a no ser por mí, no
hubiera puesto nunca los pies en Orsdael.
--¿Y si su frialdad no fuera más que una simulación para ocultar un
sentimiento que se reprocha a sí misma?
--¡Un sentimiento que se reprocha a sí misma!--repitió Mathys
sorprendido--. ¿Un sentimiento de amor?
--Así parece.
--¿Por quién?
--¡Ah! ése es mi secreto.
--Os reís seguramente, Catalina. Pero es igual, acortad un poco el paso.
Explicadme lo que creéis saber.
La campesina fingió asustarse de una revelación importante. Se detuvo,
miró a su rededor para ver si nadie los escuchaba, y dijo con voz
vacilante:
--Yo no sé si hago bien en tratar de penetrar lo que pasa en el corazón
de mi amiga; pero también a vos os debo considerar y no quiero dejaros
en un error que os entristece. Debéis saber que Marta tiene principios
muy severos respecto de la virtud de las mujeres, y que, su corazón es
todavía puro y sencillo como el de una niña de veinte años.
--¡Cómo! pretenderíais hacerme creer...
--Es muy natural, señor. Ha sido criada en un convento y no salió de él
más que para casarse con un hombre viejo ya, que ella no conocía casi.
Su marido murió poco tiempo después. ¿Os dais cuenta? Es como si no
hubiese estado casada nunca.
--Pero eso, ¿qué tiene que ver conmigo? Sed más clara; ¿adónde
queréis llegar?

--Hago cuanto puedo, señor, para que adivinéis lo que no me atrevo a
deciros abiertamente. Escuchad todavía un momento con paciencia, os
lo ruego... Quizá ya lo hayáis olvidado; pero cuando se es joven o se
conserva el corazón joven, hay momentos en la vida en que se sueña
noche y día, en que la misma imagen está sin cesar ante nuestros ojos,
en que se lucha en vano contra un sentimiento que se quería sofocar,
pero cuyo poder nos domina con una tiranía implacable. Entonces uno
se vuelve triste, y la persona cuya presencia nos impresiona es aquella a
que demostramos frialdad para ocultarle el secreto de nuestra debilidad.
Catalina, a propósito, había hablado lentamente y en tono misterioso.
Quería hacer impresión en el espíritu de Mathys, y despertar en su
corazón, por medio de palabras ambiguas, una esperanza que fuera un
obstáculo a la partida de Marta. Parecía haber ya conseguido en parte
su objeto, porque una sonrisa había plegado los labios del intendente, y
durante algún tiempo bajó los ojos con aire pensativo. Sin embargo,
sacudió de nuevo la cabeza con desconfianza.
--¿Qué significa esto?...--dijo irónicamente--. Esas sólo son conjeturas
que no prueban nada. ¿Sabéis acaso algo más? ¿Por qué os detenéis a
medio camino? Acabad de una vez.
--Pues bien, el hombre cuya imagen está siempre delante de sus ojos, el
hombre que ha interesado tan profundamente su corazón, el hombre a
quien ama con toda la fuerza tímida de su primer amor...
--¡Acabad, pues!
--¿Si fuerais vos, señor intendente?
--¿Yo? ¡Bah! ¡es imposible!--exclamó Mathys, que ocultaba con pena
su emoción y fingió completa incredulidad para arrancar a Catalina el
secreto cuya revelación debía colmarle de alegría--. ¿Marta no es
insensible a mi amistad? Vamos, hablemos claramente. ¿Marta me ama?
¿Os lo ha dicho?
--Una mujer, una mujer honesta y pura como Marta, nunca dice
semejantes cosas...

--¿Cómo podéis saberlo entonces?
--El aya tiene mucha confianza en mí, señor; harto he comprendido por
sus palabras que su espíritu es presa de una pasión secreta. Y como
siempre habla de vuestra amabilidad y de vuestra amistad, creo poder
deducir que es en vos en quien piensa.
Una sonrisa irónica apareció en los labios de Mathys, aunque creyera
interiormente en la sinceridad de Catalina, y aunque estuviera inclinado
a embriagarse en la esperanza halagadora que, por cálculo, ella le había
hecho sorber gota a gota.
--¿De manera que ella no os ha dicho nada?--preguntó con expresión
indiferente--. Eso no es más que una sospecha. Seguid vuestro camino,
Catalina; tengo que ir hasta la aldea, pero no camino tan ligero como
vos.
Entristecida por
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