La Regenta

Leopoldo Alas
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La Regenta

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Title: La Regenta
Author: Leopoldo Alas
Release Date: November 16, 2005 [EBook #17073]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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Produced by Chuck Greif

La Regenta
por
Leopoldo Alas ?Clar��n?
Librer��a de Fernando F��, Madrid
1900.

Pr��logo
Creo que fue Wieland quien dijo _que los pensamientos de los hombres valen m��s que sus acciones, y las buenas novelas m��s que el g��nero humano_. Podr�� esto no ser verdad; pero es hermoso y consolador. Ciertamente, parece que nos ennoblecemos traslad��ndonos de este mundo al otro, de la realidad en que somos tan malos a la ficci��n en que valemos m��s que aqu��, y v��ase por qu��, cuando un cristiano el h��bito de pasar f��cilmente a mejor vida, inventando personas y tejiendo sucesos a imagen de los de por ac��, le cuesta no poco trabajo volver a este mundo. Tambi��n digo que si grata es la tarea de fabricar g��nero humano recre��ndonos en ver cu��nto superan las ideales figurillas, por toscas que sean, a las vivas figuronas que a nuestro lado bullen, el regocijo es m��s intenso cuando visitamos los talleres ajenos, pues el andar siempre en los propios trae un desasosiego que amengua los placeres de lo que llamaremos creaci��n, por no tener mejor nombre que darle.
Esto que digo de visitar talleres ajenos no significa precisamente una labor cr��tica, que si as�� fuera yo aborrec��a tales visitas en vez de amarlas; es recrearse en las obras ajenas sabiendo c��mo se hacen o c��mo se intenta su ejecuci��n; es buscar y sorprender las dificultades vencidas, los aciertos f��ciles o alcanzados con poderoso esfuerzo; es buscar y satisfacer uno de los pocos placeres que hay en la vida, la admiraci��n, a m��s de placer, necesidad imperiosa en toda profesi��n u oficio, pues el admirar entendiendo que es la respiraci��n del arte, y el que no admira corre el peligro de morir de asfixia.
El estado presente de nuestra cultura, incierto y un tanto enfermizo, con desalientos y suspicacias de enfermo de aprensi��n, nos impone la cr��tica afirmativa, consistente en hablar de lo creemos bueno, guard��ndonos el juicio desfavorable de los errores, desaciertos y tonter��as. Se ha ejercido tanto la cr��tica negativa en todos los ��rdenes, que por ella quiz��s hemos llegado a la insana costumbre de creernos un pueblo de est��riles, absolutamente inepto para todo. Tanta cr��tica pesimista, tan porfiado regateo, y en muchos casos negaci��n de las cualidades de nuestros contempor��neos, nos han tra��do a un estado de temblor y ansiedad continuos; nadie se atreve a dar un paso, por miedo de caerse. Pensamos demasiado en nuestra debilidad y acabamos por padecerla; creemos que se nos va la cabeza, que nos duele el coraz��n y que se nos vicia la sangre, y de tanto decirlo y pensarlo nos vemos agobiados de crueles sufrimientos. Para convencernos de que son ilusorios, no ser��a malo suspender la cr��tica negativa, dedic��ndonos todos, aunque ello parezca extra?o, a infundir ��nimos al enfermo, dici��ndole: ?Tu debilidad no es m��s que pereza, y tu anemia proviene del sedentarismo. Lev��ntate y anda, tu naturaleza es fuerte: el miedo la enga?a, sugiri��ndole la desconfianza de s�� misma, la idea err��nea de que para nada sirves ya, y de que vives muriendo?. Convendr��a, pues, que los censores disciplentes se callar��n por alg��n tiempo, dejando que alzasen la voz los que repartan el ox��geno, la alegr��a, la admiraci��n, los que alientan todo esfuerzo ��til, toda iniciativa fecunda, toda idea feliz, todo acierto art��stico, o de cualquier orden que sea.
Estas apreciaciones de car��cter general, sugeridas por una situaci��n especial��sima de la raza espa?ola, las aplico a las cosas literarias, pues en este terreno estamos m��s necesitados que en otro alguno de prevenirnos contra la terrible epidemia. Por mi parte, declaro que muchas veces no he cogido el aparato de aereaci��n (a que impropiamente hemos venido dando el nombre de _incensario_) por tener las manos aferradas al telar con mayor esclavitud de la que yo quisiera. Pero a la primera ocasi��n de descanso, que felizmente coincide con una dichosa oportunidad, la publicaci��n de este libro, salgo con mis alabanzas, gozoso de d��rselas a un autor y a una obra que siempre fueron de los m��s se?alados en mis preferencias. As��, cuando el editor de La Regenta me propuso escribir este pr��logo, no esper�� a que me lo dijera dos veces, crey��ndome muy honrado con tal encomienda, pues no habiendo celebrado en letras de molde la primera salida de una novela que hondamente me cautiv��, cre��a y creo deber m��o
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