La Montaña

Elíseo Reclus
La Montaña

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Title: La Montaña
Author: Elíseo Reclus
Release Date: March 15, 2004 [EBook #11598]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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MONTAÑA ***

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LA MONTAÑA
ELÍSEO RECLUS

Traducción de A. López Rodrigo

LA MONTAÑA

CAPÍTULO PRIMERO
#El asilo#
Encontrábame triste, abatido, cansado de la vida: el destino me había
tratado con dureza, arrebatándome seres queridos, frustrando mis
proyectos, aniquilando mis esperanzas: hombres á quienes llamaba yo
amigos, se habían vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia:
toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones
desencadenadas, me causaba horror. Quería escaparme á toda costa, ya
para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espíritu
en la soledad.
Sin saber fijamente á dónde dirigía mis pasos, salí de la ruidosa ciudad
y caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba en
los límites del horizonte.
Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer en
apartadas hospederías. Estremecíame el sonido de una voz humana ó de
unos pasos: pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placer
melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los mil
rumores que surgen de los grandes bosques.
Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á la
entrada del primer desfiladero de la montaña. El ancho llano rayado por
los surcos se detenía bruscamente al pie de las rocas y de las pendientes
sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azules columbradas en
lontananza habían desaparecido tras las cimas menos altas, pero más
próximas. El río, que más abajo se extendía en vasta sábana rizándose
sobre las guijas, corría á un lado, rápido é inclinado entre rocas lisas y
revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, un ribazo, primer
contrafuerte del monte, erguía sus escarpaduras y sostenía sobre su
cabeza las ruinas de una gran torre, que fué en otros tiempos guarda del
valle. Sentíame encerrado entre ambos muros; había dejado la región de
las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban detrás de mi
enemigos y amigos falsos.
Por vez primera después de mucho tiempo, experimenté un movimiento
de verdadera alegría. Mi paso se hizo más rápido, mi mirada adquirió
mayor seguridad. Me detuve para respirar con mayor voluptuosidad el
aire puro que bajaba de la montaña.
En aquel país ya no había carreteras cubiertas de guijarros, de polvo ó

de lodo; ya había dejado la llanura baja, ya estaba en la montaña, que
era libre aún. Una vereda trazada por los pasos de cabras y pastores, se
separa del sendero más ancho que sigue el fondo del valle, y sube
oblicuamente por el costado de las alturas. Tal es el camino que
emprendo para estar bien seguro de encontrarme solo al fin.
Elevándome á cada paso, veo disminuir el tamaño de los hombres que
pasan por el sendero del fondo. Aldeas y pueblos están medio ocultos
por su propio humo, niebla de un gris azulado que se arrastra
lentamente por las alturas, y se desgarra por el camino en los linderos
del bosque.
Hacia el anochecer, después de haber dado la vuelta á escarpados
peñascos, dejando tras de mí numerosos barrancos, salvando, á saltos
de piedra en piedra, bastantes ruidosos arroyuelos, llegué á la base de
un promontorio que dominaba á lo lejos rocas, selvas y pastos. En su
cima aparecía ahumada cabaña, y á su alrededor pacían las ovejas en
las pendientes. Semejante á una cinta extendida por el aterciopelado
césped, el amarillento sendero subía hacia la cabaña y parecía detenerse
allí. Más lejos no se vislumbraban más que grandes barrancos
pedregosos, desmoronamientos, cascadas, nieves y ventisqueros.
Aquella era la última habitación del hombre; la choza que, durante
muchos meses, me había de servir de asilo.
Un perro primero, y después un pastor me acogieron amistosamente.
Libre en adelante, dejé que mi vida se renovara á gusto de la naturaleza.
Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta
peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otras veces subía á
las crestas superiores para sentarme en una cima que dominaba el
espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo y obscuro
barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de la tierra.
Poco
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