La Montaña | Page 2

Elíseo Reclus
á poco, bajo la influencia del tiempo y la naturaleza, los
fantasmas lúgubres que se agitaban en mi memoria fueron soltando su
presa. Ya no me paseaba con el único fin de huir de mis recuerdos, sino
también para dejar que penetraran en mi las impresiones del medio y
para gozar de ellas, como sin darme cuenta de tal cosa.
Si había sentido un movimiento de alegría á mis primeros pasos en la
montaña, fué por haber entrado en la soledad y porque rocas, bosques,
todo un nuevo mundo se elevaba entre lo pasado y yo, pero comprendí
un día que una nueva pasión se había deslizado en mi alma. Amaba á la

montaña por si misma, gustaba de su cabeza tranquila y soberbia,
iluminada por el sol cuando ya estábamos entre sombras; gustaba de
sus fuertes hombros cargados de hielos de azulados reflejos; de sus
laderas, en que los pastos alternan con las selvas y los derrumbaderos;
de sus poderosas raíces, extendidas á lo lejos como la de un inmenso
árbol, y separadas por valles con sus riachuelos, sus cascadas, sus lagos
y sus praderas; gustaba de toda la montaña, hasta del musga amarillo ó
verde que crece en la roca, hasta de la piedra que brilla en medio del
césped.
Asimismo, mi compañero el pastor, que casi me había desagradado,
como representante de aquella humanidad, de la cual huía yo, había
llegado gradualmente á serme necesario; inspirábame ya confianza y
amistad; no me limitaba á darle las gracias por el alimento que me traía
y por sus cuidados; estudiaba y procuraba aprender cuanto pudiera
enseñarme. Bien leve era la carga de su instrucción, pero cuando se
apoderó de mi el amor á la naturaleza, él me hizo conocer la montaña
donde pacían sus rebaños, y en cuya base había nacido. Me dijo el
nombre de las plantas, me enseñó las rocas donde se encontraban
cristales y piedras raras, me acompañó á las cornisas vertiginosas de los
abismos para indicarme el mejor camino en los pasos difíciles. Desde
lo alto de las cimas me mostraba los valles, me trazaba el curso de los
torrentes, y después, de regreso en nuestra cabaña ahumada, me
contaba la historia del país y las leyendas locales.
En cambio, yo le explicaba también cosas que no comprendía y que ni
siquiera había deseado comprender nunca; pero su inteligencia se abría
poco á poco, y se hacía ávida. Me daba gusto repetirle lo poco que
sabía yo, viendo brillar sus miradas y sonreir su boca. Despertábase la
fisonomía en aquel rostro antes cerrado y tosco; hasta entonces había
sido un ser indiferente, y se convirtió en hombre que reflexionaba
acerca de sí mismo y de los objetos que le rodeaban.
Y al propio tiempo que instruía á mi compañero, me instruía yo, porque,
procurando explicar al pastor los fenómenos de la naturaleza, los
comprendía yo mejor, y era mi propio alumno.
Solicitado así por el doble interés que me inspiraban el amor á la
naturaleza y la simpatía por mi semejante, intenté conocer la vida
presente y la historia pasada de la montaña en que vivíamos, como
parásitos en la epidermis de un elefante. Estudié la masa enorme en las

rocas con que está construida, en las fragosidades del terreno que,
según los puntos de vista, las horas y las estaciones, le dan tan gran
variedad de aspecto, ora graciosos, ora terribles; la estudié en sus
nieves, en sus hielos y en los meteoros que la combaten, en las plantas
y en los animales que habitan en su superficie. Procuré comprender
también lo que había sido la montaña en la poesía y en la historia de las
naciones, el papel que había representado en los movimientos de los
pueblos y en los progresos de la humanidad entera. Lo que aprendí lo
debo á la colaboración del pastor, y también, para decirlo todo, á la del
insecto que se arrastra, á la de la mariposa y á la del pájaro cantor.
Si no hubiera pasado largas horas echado en la yerba, mirando ó
escuchando á tales seres, hermanillos míos, quizá no habría
comprendido tan bien cuánta es la vida de esta gran tierra que lleva en
su seno á todos los infinitamente pequeños y los transporta con
nosotros por el espacio insondable.

CAPÍTULO II
#Las cumbres y los valles#
Vista desde la llanura, la montaña es de forma muy sencilla; es un cono
dentado que se alza entre otros relieves de altura desigual, sobre un
muro azul, á rayas blancas y sonrosadas y limita una parte del horizonte.
Parecíame ver desde lejos una sierra monstruosa, con dientes
caprichosamente recortados; uno de esos dientes es la montaña á donde
he ido á parar.
Y el cono que distinguía desde los campos inferiores, simple grano de
arena sobre otro
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