Diario historico de la rebelion y guerra de los pueblos Guaranis situados en la costa oriental del | Page 2

Tadeo Xavier Henis
Buenos Aires, se acordò que, á mas de
los cuerpos veteranos de la guarnicion, se convocarian las milicias de
Montevideo, Santa Fé y Corrientes, á las que se reunirian 1,000
Portugueses y un competente nùmero de vecinos, para llevar la guerra á
los pueblos insurreccionados.
En estos preparativos se invertieron algunos meses, hasta que á
principios de Mayo del año de 1754 se abriò la campaña, al mando de
Andonaegui, que debia ocupar el punto central de San Nicolas,
mientras Freyre, con otro trozo de tropas que se organizaban en el Rio
Grande, atacaria el pueblo de Santo Angel, situado en el borde exterior
del Yguy-guazù.
Para agotar todos los medios de conciliacion de que podia hacerse uso
sin menoscabo de la autoridad real, se hizo preceder al ataque un
parlamentario, que debia hacer las ùltimas amonestaciones à los
rebeldes, por medio del cura de Yapeyù à quien fuè dirigido.
Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en manos de
una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia de otros
cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo imposible todo
avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto en las costas del
Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos intransitables, y en el
rigor del invierno. La falta de pastos, y la extenuacion que causó en los
caballos, obligaron el ejèrcito español à retroceder hasta el Salto-chico,
y este movimiento retrogrado, al romper las hostilidades, envalentonó à
los indios, que le salieron al frente para hostilizarle.
Por otra parte Gomez Freyre se habia enredado en los bosques del
Yacuì, donde supo la retirada de Andonaegui; mientras los sublevados,
cuyo mayor odio era contra los Portugueses, fueron à desafiarlos hasta
el rio Pardo. Estos ataques parciales, cuya victoria se atribuian los gefes
aliados, acabaron en un armisticio que no tuvo á menos Gomez Freyre
celebrar con los caciques en su campamento del rio Yacuí.[3]

Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè Joaquin de
Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento de Freyre á
instarle para que rompiese cuanto antes estas treguas vergonzosas. Las
palabras de este bizarro oficial despertaron el valor de sus compañeros,
que, bajo su direccion y auspicios, derrotaron en un primer choque à los
indios cerca de Batovì, en donde el mismo General derribó de un
pistoletazo al famoso caudillo Sepé.
Sucedió en el mando de los sublevados el corregidor, ó cacique del
pueblo de Concepcion, Nicolas Nanguirù, mas conocido en la historia
de estos tumultos bajo el nombre de NICOLAS I, que se dijo haber
tomado con el carácter de rey.
Viana, que despues de la accion de Batovì, marchaba al frente de los
españoles y lusitanos en nùmero de 2,500, volviò á arrollar à los indios
al pié del cerro de Caybaté, donde le aguardaban con cerca de 2,000
combatientes. Al dia siguiente ocupò el pueblo de San Miguel, ó mas
bien sus escombros, por haber sido desamparado y reducido à cenizas;
y desde este punto intimò la rendicion á los demas pueblos, que todos
se sometieron, excepto el de San Lorenzo, que solo cediò á la fuerza:
confirmando con este último rasgo de obstinacion las sospechas que se
tenian formadas sobre la cooperacion de los misioneros, siendo cura de
este pueblo el mismo P. Tadeo Xavier Henis, autor del diario, cuyo
autógrafo se halló en su escritorio.
De este modo terminó una guerra que inspirò vivas alarmas à las cortes
de Madrid y de Lisboa, acostumbradas á ver obedecidas ciegamente sus
òrdenes, y á mirar à los indìgenas como á la clase mas abyecta de sus
subditos. Despues del gran levantamiento de los Araucanos al fin de la
XVI.'ta centuria, ningun acto de insubordinacion habia turbado las
colonias, cuyo sosiego se tenia por inalterable. Y realmente la
resistencia de los indios Guaranís no arrancaba de un espíritu de
sedicion, sino de un sentimiento de fidelidad que la hacia mas obstinada.
Así es que el autor del diario, hablando de los rumores que circulaban
en las Misiones durante la lucha, esclama: ¿Quien creyera que las
cosas de los indios estén en tal estado, que para servir al Rey sea
necesario tomar las armas contra él mismo.[4]

Si los PP. Misioneros fueron autores, ò víctimas de este engaño, no es
facil decidirlo; pero las càbalas que ya empezaban à urdirse contra la
Compañia, deben inspirar desconfianzas hácia todos los cargos que se
le hicieron en aquella época. Cierto de que ellos conservaron hasta el
último desenlace la esperanza de ver anulado el tratado, y continuaron
arreglando los pueblos como si nunca debieran abandonarlos. Cuando
las tropas del Rey entraron en San Luis se trabajaba en rematar los dos
hermosos gnomones que construyeron los PP. en el corredor de su
huerta, y en el pueblo de San Lorenzo quedó á medio dorar
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