Candido, o El Optimismo | Page 3

Voltaire
llaman libertad, se resolvi�� �� pasar treinta y seis veces baquetas, y sufri�� dos tandas. Compon��ase el regimiento de dos mil hombres, lo qual hizo justamente quatro mil baquetazos que de la nuca al trasero le descubri��ron m��sculos y nervios. Iban �� proceder �� la tercera tanda, quando Candido no pudiendo aguantar mas pidi�� por favor que se le hicieran de levantarle la tapa de los sesos; y habiendo conseguido tan se?alada merced, le estaban vendando los ojos, y le hac��an hincarse de rodillas, quando acert�� �� pasar el rey de los Bulgaros, que inform��ndose del delito del paciente, como era este rey sugeto de mucho ingenio, por todo quanto de Candido le dix��ron, ech�� de ver que era un aprendiz de metaf��sica muy biso?o en las cosas de este mundo, y le otorg�� el perdon con una clemencia que fu�� muy loada en todas las gacetas, y lo ser�� en todos los siglos. Un diestro cirujano cur�� �� Candido con los emolientes que ense?a Diosc��rides. Un poco de c��tis tenia ya, y empezaba �� poder andar, quando di�� una batalla el rey de los Bulgaros al de los Abaros.

CAPITULO III.
_De qu�� modo se libr�� Candido de manos de los Bulgaros, y de lo que le sucedi�� despues._
No habia cosa mas hermosa, mas vistosa, mas lucida, ni mas bien ordenada que ��mbos ex��rcitos: las trompetas, los p��fanos, los atambores, los obu��s y los ca?ones formaban una harmon��a qual nunca la hubo en los infiernos. Primeramente los ca?ones derrib��ron unos seis mil hombres de cada parte, luego la fusiler��a barri�� del mejor de los mundos unos nueve �� diez mil bribones que inficionaban su superficie; y finalmente la bayoneta fu�� la razon suficiente de la muerte de otros quantos miles. Todo ello podia sumar cosa de treinta millares. Durante esta heroica carnicer��a, Candido, que temblaba como un fil��sofo, se escondi�� lo mejor que supo.
Mi��ntras que hacian cantar un Te Deum ��mbos reyes cada uno en su campo, se resolvi�� nuestro h��roe �� ir �� discurrir �� otra parte sobre las causas y los efectos. Pas�� por encima de muertos y moribundos hacinados, y lleg�� �� un lugar inmediato que estaba hecho cenizas; y era un lugar abaro que conforme �� las leyes de derecho p��blico habian incendiado los Bulgaros: aqu��, unos ancianos acribillados de heridas contemplaban exhalar el alma �� sus esposas degolladas; mas all��, daban el postrer suspiro v��rgenes pasadas �� cuchillo despues de haber saciado los deseos naturales de algunos h��roes; otras medio tostadas clamaban por que las acabaran de matar; la tierra estaba sembrada de sesos al lado de brazos y piernas cortadas.
Huy��se �� toda priesa Candido �� otra aldea que pertenecia �� los Bulgaros, y que habia sido igualmente tratada por los h��roes abaros. Al fin caminando sin cesar por cima de miembros palpitantes, �� atravesando ruinas, sali�� al cabo fuera del teatro de la guerra, con algunas cortas provisiones en la mochila, y sin olvidarse un punto de su Cunegunda. Al llegar �� Holanda se le acab��ron las provisiones; mas habiendo oido decir que la gente era muy rica en este pais, y que eran cristianos, no le qued�� duda de que le darian tan buen trato como el que en la quinta del se?or baron le habian dado, ��ntes de haberle echado �� patadas �� causa de los buenos ojos de Cunegunda la baronesita.
Pidi�� limosna �� muchos sugetos graves que todos le dix��ron que si seguia en aquel oficio, le encerrarian en una casa de correccion, para ense?arle �� vivir sin trabajar. Dirigi��se luego �� un hombre que acababa de hablar una hora seguida en una crecida asamblea sobre la caridad, y el orador, mir��ndole de reojo, le dixo: ?A qu�� vienes aqu��? ?est��s por la buena causa? No hay efecto sin causa, respondi�� modestamente Candido; todo est�� encadenado por necesidad, y ordenado para lo mejor: ha sido necesario que me echaran de casa de la baronesita Cunegunda, y que pasara baquetas, y es necesario que mendigue el pan hasta que le pueda ganar; nada de esto podia m��nos de suceder. Amiguito, le dixo el orador, ?crees que el papa es el ante-cristo? Nunca lo habia oido, respondi�� Candido; pero, s��alo �� no lo sea, yo no tengo pan que comer. Ni lo mereces, replic�� el otro; anda, bribon, anda, miserable, y que no te vuelva yo �� ver en mi vida. Asom��se en esto �� la ventana la muger del ministro, y viendo �� uno que dudaba de que el papa fuera el ante-cristo, le tir�� �� la cabeza un vaso lleno de.... ?O cielos, �� qu�� excesos se entregan las damas por zelo de la religion!
Uno que no habia sido bautizado, un buen anabantista, llamado Santiago, testigo de la crueldad y la ignominia con que trataban �� uno de sus hermanos, �� un
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