Ariel | Page 2

José Enrique Rodó
que ella se conquiste, por la perseverante
actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, su fe en
determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las
ideas.
Al conquistar los vuestros, debéis empezar por reconocer un primer
objeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza
de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois
responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo
sentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros.
Yo os digo con Renán: «La juventud es el descubrimiento de un
horizonte inmenso, que es la Vida». El descubrimiento que revela las
tierras ignoradas, necesita completarse con el esfuerzo viril que las
sojuzga. Y ningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para
cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista,
que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro
del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la
sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y
remotos mirajes que derraman en ella misteriosos estímulos, como las
visiones de Cipango y El Dorado en las crónicas heroicas de los
conquistadores.
Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fían
eternamente al porvenir la realidad de lo mejor, adquiere su belleza el
alma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza,
compuesta, como lo estaba la del amanecer para el poeta de Las
Contemplaciones, de un «vestigio de sueño y un principio de
pensamiento».

La humanidad, renovando de generación en generación su activa
esperanza y su ansiosa fe en un ideal, al través de la dura experiencia de
los siglos, hacía pensar a Guyau en la obsesión de aquella pobre
enajenada cuya extraña y conmovedora locura consistía en creer
llegado, constantemente, el día de sus bodas.--Juguete de su ensueño,
ella ceñía cada mañana a su frente pálida la corona de desposada y
suspendía de su cabeza el velo nupcial. Con una dulce sonrisa
disponíase luego a recibir al prometido ilusorio, hasta que las sombras
de la tarde, tras el vano esperar, traían la decepción a su alma. Entonces
tomaba un melancólico tinte su locura. Pero su ingenua confianza
reaparecía con la aurora siguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto
pasado, murmurando: Es hoy cuando vendrá, volvía a ceñirse la corona
y el velo y a sonreír en espera del prometido.
Es así como, no bien la eficacia de un ideal ha muerto, la humanidad
viste otra vez sus galas nupciales para esperar la realidad del ideal
soñado con nueva fe, con tenaz y conmovedora locura. Provocar esa
renovación, inalterable con un ritmo de la Naturaleza, es en todos los
tiempos la función y la obra de la juventud. De las almas de cada
primavera humana está tejido aquel tocado de novia. Cuando se trata de
sofocar esta sublime terquedad de la esperanza, que brota alada del
seno de la decepción, todos los pesimismos son vanos. Lo mismo los
que se fundan en la razón que los que parten de la experiencia, han de
reconocerse inútiles para contrastar el altanero no importa que surge
del fondo de la Vida. Hay veces en que, por una aparente alteración del
ritmo triunfal, cruzan la historia humana generaciones destinadas a
personificar, desde la cuna, la vacilación y el desaliento. Pero ellas
pasan--no sin haber tenido quizá su ideal como las otras, en forma
negativa y con amor inconsciente--y de nuevo se ilumina en el espíritu
de la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado; cuya imagen,
dulce y radiosa como en los versos de marfil de los místicos, basta para
mantener la animación y el contento de la vida, aun cuando nunca haya
de encarnarse en la realidad.
La juventud, que así significa en el alma de los individuos y la de las
generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el
proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y

consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la
fuerza, el dominio del porvenir.--Hubo una vez en que los atributos de
la juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributos
de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de
adolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza.
Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventud
inextinguible. Grecia es el alma joven. «Aquel que en Delfos
contempla la apiñada muchedumbre de los jonios--dice uno de los
himnos homéricos--, se imagina que ellos no han de envejecer jamás».
Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que
es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca
omnipotente. El sacerdote egipcio con
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