Angelina | Page 2

Rafael Delgado
en donde est�� en cris��lida la novela Angelina. Es la encantadora y juvenil locura de un chiquillo que se enamora hasta enfermar... de un cuadro, del lienzo en donde vive una de las m��s suaves hero��nas de Shakespeare. Cordelia es el primer amor de este adolescente que delira. El episodio recuerda, hasta en el tono, un relato de Heine: aquella estatua feminizada por el musgo que el futuro poeta de los lieder iba a besar, con una oscura congoja de Werther biso?o, en un rinc��n del parque familiar. Todos los rom��nticos--se llamen Heine o Delgado--ir��n despu��s a m��s carnales musas, pero ya llevan en la frente el signo de ceniza. Y ante las abnegaciones y los rendimientos de los acendrados cari?os, no podr��n ser en su pristina simplicidad, el joven y el amante. Una intrusa jam��s olvidada, la obsesionante compa?era de un pacto adolescente, acude siempre a citas que no fueron para ella: Cordelia impalpable y silenciosa, estatua derribada en el jard��n que hel�� y eterniz�� con labios de m��rmol perfecto, el primer beso. Es casi la tragedia de este libro.
Mar��a muere, Angelina se retira para olvidar, a un convento, para olvidar un amor que ya adivina amenguado en el perfecto amante de su fantas��a. Porque ellas tambi��n, a su manera, son resignadas v��ctimas de la educaci��n sentimental y casi m��stica. Sus lecturas favoritas, la sarracena ardent��a de su sangre espa?ola, no les dejan entrever otra ventura que un ?amor de exceso? como dijo el poeta, en donde amor y beso fueran s��ntesis de la eternidad?. Pero cuando la vida va a ense?arles la dolorosa experiencia de su fragilidad, ellas no quieren aventurarse por la senda en que la se?ora de Bovary camina, velada y suspirando, hacia el amor que enga?a. ��stas ?hijas de Mar��a? expiar��n su candor en la celda horrenda y nuestros conventos son asilos de novias, desamparadas.
Ning��n ep��logo, pod��a ser, pues, m��s americano que el de Angelina. Americano, a��n cuando fuera anta?o europeo tambi��n. Traducida en la actualidad, har��a sonreir. Recordar��a esos grabados encantadores en donde Lamartine, de cara al ?emp��reo?, increpa al cielo por su ventura perdida; aquellas im��genes de Elvira, de pie en la barca, bajo la luna que entumece los corazones y los lagos.... Pero estamos seguros de que seduce y seducir�� esta obra a cuantos nacimos en pa��ses rom��nticos. En esos pa��ses donde hay siempre margaritas que deshojar, versos ingenuos en los abanicos, novias que juran, desde una reja nocturna, el amor vitalicio de Angelina.
VENTURA GARC��A CALDER��N
[Ilustraci��n]

PR��LOGO DE LA PRIMERA EDICI��N
All�� te va esa novela, lector amigo; all�� te van esas p��ginas desali?adas o incoloras, escritas de prisa, sin que ni primores de lenguaje ni gramaticales escr��pulos hayan detenido la pluma del autor. Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho t��mido y cr��dulo, como todos los que all�� por el 67 se atusaban el naciente bigote, crey��ndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, m��s vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simp��tica para cuantos est��n a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros rom��nticos, eran todos mis compa?eros de mocedad,--te lo aseguro a fe de caballero,--y ni m��s ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.
Ru��gote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empe?es en averiguar d��nde est�� Villaverde, cuna de mi protagonista. Mira que perder��as el tiempo y correr��as peligro de mentir. Ya sabes que los noveladores inventan ciudades que no existen, y de las cuales no te dar��a noticia ni el mism��simo Garc��a Cubas.... Tampoco busques en los capitulejos que vas a leer hondas trascendencias y problemas al uso. No entiendo de tama?as sabidur��as, y aunque de ellas supiera me guardar��a de ponerlas en novela; que a la fin y a la postre las obras de este g��nero,--poes��a, pura poes��a,--no son m��s que libros de grata, apacible diversi��n para entretener desocupados y matar las horas, libritos ef��meros que suelen parar, olvidados y comidos de polilla, en un rinc��n de las bibliotecas. Adem��s: una novela es una obra art��stica; el objeto principal del Arte es la belleza, y... ?con eso le basta!
Mas si por acaso fueses de esos cr��ticos zahor��es que adivinan o presumen de adivinar las intenciones y prop��sitos de un autor, para que el mejor d��a no salgas diciendo que quise decir esto o aquello, declar��te que tengo en aborrecimiento las novelas tendenciosas, y que con esta novelita, si tal nombro merecen estas p��ginas, s��lo aspiro a divertir tus fastidios y alegrar tus murrias. Y no me pidas otra cosa, y queda con Dios.
Orizaba, a 30 de Julio de 1893.
[Ilustraci��n]
[Ilustraci��n]

I
La diligencia iba que volaba. Sin embargo, me parec��a lenta y pesada como una tortuga. Ya no me causaba repugnancia el hedor de los cueros engrasados,
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